FRAUDE
Acabo de cerrar el texto sobre la exposición de grabados de Roberto Matta que he curado en Viña del Mar. Le hice caso a un editor amigo mío, que en un taxi, en dirección a su seminario, me confesó que ya no soportaba que le presentaran manuscritos de más de ciento cincuenta páginas. Es un absoluto desproposito, atendiendo al aumento del costo del papel, de las tintas, del diseño, de todo. Además, nadie lee un libro de doscientas paginas impresas. Se acabó la fiesta. Escribí un libro sobre Beatriz Leyton. Me dijeron, no más de trescientas. Nunca había hecho un libro. O sea, mentira. El primer libro que hice fue “Grabado: Hecho en Chile”. Específico. Todos los libros que he publicado son “textos reunidos” de acuerdo a un eje. Yo solo escribo. El libro viene por añadidura. Y por añadidos. Pero estos dos libros, que he señalado, los hice como respuesta a una solicitud. Genial. Además, uno llamó al otro. De lo general a lo particular. Pero este texto sobre Matta no es un libro. No será impreso. A nadie le interesa. No está en el mercado. No satisface a la industria. Insisto: solo escribo. Trabajo a pérdida. No es un libro, sino un “informe de campo”, cuyo formato tendría que ser un documento impreso a mimeógrafo, a la antigua, destinado a la circulación semi-clandestina. De todos modos, este informe retoma las hilachas que dejé colgando en la portada del libro de Beatriz. Porque la línea, en Matta, es de costurera. Digo: el hilo del deseo. De este modo, amarra los paquetes. Cierto: el paquete chileno como noción de fraude. No es Matta el que inventó los juegos de palabra. Recuerdo que en la introducción a su libro sobre los tropos, Du Marsais comenta que en veinte minutos de mercado se escuchan más figuras retóricas que en diez reuniones de academicos de la lengua. Pero solo tenía a mano “el Fontanier”, para recoger la definición de dos figuras de elocución por consonancia: la paranomasia y la antanaclasis. Que son, finalmente, los recursos que tenemos más a mano quienes hacemos un uso de pacotilla de zonas lexicales proximas al freudismo, que es lo más cercano que tengo a la pulsión de fraude. Marchant (Patrico) acude en mi auxilio. Hice una manda. Fui especialmente a Colmar, para ver el Retablo de Isenheim. Solo porque él escribió de “eso” en el 84. Y me mató: las manos de María. Se me cruza con Matta y con lo que para él significó enfrentarse a esa obra. Los dedos de María están en los grabados de la New School. Me lo recordó Rafael Gumucio en su libro. Matta conocía esa obra. Pintada para ser instalada en un hospital, para “curar” una enfermedad dermatológica. Pintura balsámica. Matta será todo lo contrario. Pintará corrosivamente, ajustandose a la lógica del trazo que incide sobre la plancha de metal, sometida, sumergida. Matta hace su deseo, sumergiendo. Poniendo el miembro en remojo, y sacandolo del ácido en el momento más oportuno, para que la figura se consolide por efecto del mordiente. Eugenio Téllez me habló de la erotica de la tecnología del grabado. Elaboramos una teoría: la xilografá es católica, porque esculpe el Verbo en el madero; el aguafuerte es degenerada, desbocada, por efecto de esa palabra que resume la corrosión seminal: mordiente. Le hace escuchar el sonido que hace el ácido mientras actúa sobre la placa de metal, sumergida, que yace esperando ser retirada y experimentar el corte como instancia de retención, de castración necesaria, como el malestar de la imagen, la imagen como malestar, en la cultura. Marchant escuchó “Jesu, Meine Freude” (Bach, motete, BWV, 227) antes de ir a Colmar. Jesús, mi alegría, de mi corazón el alimento. Matta solo puede leer de forma literal, si no, no le funciona. Debe “colmar” un cuadro: satisfacer su pulsión manducadora, dibujando con la punta del miembro. La alegría del fraude: paquete chileno. Un surullo. Un “musulman”.

No es cierto que la gente no lee libros con muchas páginas. El despropósito es no imprimir tu texto en forma de libro. Los editores están cada día más flojos o cada día más descuidan su papel y no es porque el papel esté caro. De todas maneras vale la pena ir a Colmar, la Alsacia entera vale la pena.
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