TERESA
Se lee desde un cierto encuadre. Trabajo sobre historias de hilo, en la escena plástica. Estudio la condición de la costura como trazo gráfico. Una escena de la novela de Arturo Fontaine, “Y entonces, Teresa”, me aparece como un momento-síntoma: en el convento en que ha sido recluida asiste a sesiones de costura y de bordado de ajuares. Mientras se ocupa de bordar monogramas en las sábanas nupciales, Teresa imagina con una sonrisa que se revolcarán en ellas, sirviendo de mortaja al deseo. El suyo ha sido encapsulado y yace, vigilado por el Orden de las Familias. En la sabana disponible para el bordado de otras iniciales, ella borda el dolor de la ausencia y deja inscrito su duelo. Escribe sobre un emblema, estandarte de lo imposible, dejando libre al tacto el trazo de su tragedia. El Orden de las Familias le ha cortado la Lengua. Ella relata, con el hilo del bordado, la historia de su pasión. Luego, pasa de la sábana a las cartas que escribe y hace salir del convento. Cartas escritas con tinta verde, con la Montblanc que guarda en su escritorio portátil. Le responde Vicho Balmaceda, escribiendo en una Parker con tinta gris azulada. Ambos escriben con pluma, no solo porque sea habitual en la época reconstruida, sino porque reproducen un gesto mítico, ya mencionado por Isidoro de Sevilla a propósito de la pluma de escritura, cuando menciona que una pluma es un utensilio masculino, porque al abrirse en su extremo partido, deja caer la tinta y seminaliza el trazo. Sin embargo, también señala que es un utensilio femenino, que al separar sus extremidades deja caer su sangre, asociando escritura y menstruación. La marca del sacrificio. Toda la novela está organizada en torno a la escritura, a las cartas. Las cartas proporcionan la prueba de la carnación de Teresa. Cuando es recluida, el acceso a la lectura de Teresa de Ávila resulta ser una compensación sublimadora destinada a soportar la ausencia. Es un recurso literario eficaz porque Teresa es reconocida en la filiación de escritura de una mística, una mujer que escribe a contrapelo, y que le permite a Teresa hacer cuerpo de la letra. Una mujer que pone el cuerpo, entre dos escritores que si bien son presentados como disonantes en la escena social de comienzos del siglo XX, son por sobre todos “personajes”. Cuevitas, sin patrimonio, criado por sus hermanas, expertas en manejar el hilo y la aguja; el escritor fracasado que decide ser personaje; Joaquín, con patrimonio, el personaje disconforme que decide ser escritor. En la novela, el código vestimentario juega un rol significativo como elemento generador. Resulta decisiva la escena en que Teresa abre el ropero donde se enfrenta a la ropa de Vicho, como contraforma de su cuerpo. Como también es decisiva la sutil mención a las sandalias griegas de cuero de Toscana, para señalar la fragilidad de su calzado como una metáfora del peligro sobre el que se desplaza. Serán los puntales de Teresa que no podrán impedir el encierro. Su terreno de apoyo es social y literario. Social, porque Cuevitas devela el peso simbólico de París; literario, porque Joaquín -por referencia- es instalado como contra-cara de la obra de Teresa. La oligarquía chilena celebra el centenario de la república y la percepción de Joaquín, compartida por Vicho Balmaceda, es que se trata de un país execrable, dividido entre mineros y agricultores, agentes contradictorios de un desarrollo frustrado, que sirve de telón de fondo para la irrupción del “León de Tarapacá”. En la novela, solo existe el norte y el valle central. El sur no está incorporado al cuerpo de la Nación. Y luego, en Santiago, la ciudad está dividida entre La Chimba y La Quinta. Digamos, el jardín botánico modernizante y utópico, por un lado, y el arrabal arcaico y realista, por otro; la ciudad en que domina el Orden de las Familias y la ciudad del desorden y del pecado. La geografía de la novela ha sido resuelta. Hay una tercera relación: entre el salón dominado por el ocio y el trabajo duro del campo, donde el cuerpo es sometido a una violencia de dominio mayor, poniendo en contraste, dos coreografías: la del trabajo de marcaje (a hierro candente) de las bestias, en el campo, y el traslado de una danza -simulacro de un dominio menor- desclasada e inapropiada, que anticipa la posición de Teresa como imagen infractora, pero en otro campo. En este sentido, el trabajo de la novela expone el contexto, señala los indicios anticipativos, describe la infracción y narra el encierro como castigo inicial. El castigo terminal será el exilio. Pero ya, Teresa, es una exilada, por su escritura. Por eso, un rol crucial, en la novela, es el traslado de su escritorio portátil. No posee uno en su casa. Debe trasladar un escritorio de campaña, de viaje, acomodable en el lugar que sea. Sobre el tocador, en Hotel Phoenix, en Iquique. Gran detalle. La escritura es una práctica des/maternizante que favorece la lubricidad del pensamiento. La infidelidad es planteada como una dimensión directamente proporcional al flujo de la escritura. Teresa será crucificada por sus cartas. Una cosa es escribir poemas. Eso es algo que la sociedad puede soportar. Otra cosa es poner el cuerpo en la escritura. La infidelidad no es solo un atentado a la paz conyugal, sino una sublevación en forma, que atenta contra la noción misma de patrimonio; contra la paz social. Esto es más grave, por cuanto su escritura des/patrimonializa la representación del poder de una oligarquía que ha perdido su unidad de clase, luego de la guerra civil del 91. No deja de ser dramáticamente curioso que los apellidos de los dos hombres en pugna sea Balmaceda. Uno es empleado bancario, mientras el otro es un acampado con antecedentes de insubordinación suficiente, que lo llevan a ser enviado a un internado ingles. Un huaso educado, por un lado, de legitimidad arreglada. El empleado, por otro, calificado como inhábil. La venganza tendrá que ser la prueba de no ser un “pelele”. Ambos hombres han tenido la experiencia de ser criados sin madre. La sociedad chilena de entonces parece experimentar un des/madramiento. La madre de Gustavo ha muerto y su padre se casa con la hermana. Ella pasa a ser su madre, hasta que se entera. Gran decepción. Gran dolor. La filiación ya ha sido perturbada. Gustavo para compensar, solo puede recurrir al diario íntimo. Teresa, en cambio, radicalmente, es poeta. Y la poesía introduce un principio de disolución de la Lengua madre.
amor a escribir y bordar con el cuerpo
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