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A fines de los ochenta, Jean Lancri, mi maestro, me puso en conocimiento -entre otras más- de una fábula que contribuía a pensar sobre el carácter de ciertos trabajos textiles, que se entroncaban con una “pintura de trapo” de Gracia Barrios realizada en 1971. Cuando niño, tuve en mis manos un libro de historia en cuya portada sostenía el impreso de un detalle del Tapiz de Bayeux, realizado alrededor de 1080, por los y las bordadoras de la reina Matilde. En una ocasión, me dirigí a Bayeux, en bicicleta, nada más que para ver el tapiz. Me había correspondido escribir -alguna vez- sobre “historias de hilo” en el arte chileno, combinadas con algunas “historias de corte y confección”, afectado por unas historias de filiación; es decir, de recompostura textual. La bicicleta, como rito corporal, es lo más cercano a la rueca, sabiendo que el avance depende del funcionamiento de una “maquina de sangre” que dibuja la huella hilvanando el camino. ¿Cómo no pensar en “Las hilanderas” de Velázquez? Jean Lancri mencionó la sobrecogedora versión de Ovidio en “Metamorfosis” (VI 424-674), de una tragedia perdida de Sófocles: “Tereo y Filomela”, de la que habla Antonio María Martín Rodríguez, en “El mito de Filomela en la literatura española”. El argumento de esta versión comienza cuando el rey ateniense Pandión derrota a sus enemigos gracias a la ayuda del rey tracio, Tereo. Para asegurar una alianza con un poderoso que desciende el propio dios dela guerra (Tereo es hijo de Marte), le ofrece a su hija Progne, en matrimonio. (Ya empezamos: política y conyugalidad). El matrimonio se celebra y se consuma en medio de tenebrosos augurios que se disipan con el nacimiento de un heredero: Itis. Tras cinco años de placidez conyugal, Progne se siente sola lejos de su patria y convence a su esposo de traer a su hermana Filomela, para hacerle compañía. Tereo accede y se dirige a toda prisa a Atenas donde es recibido afablemente por su suegro. Pero las cosas se tuercen cuando entra en la sala la joven Filomela, provocando un incendio amoroso en Tereo, quien redobla sus esfuerzos por conseguir que el anciano rey permita el viaje a Tracia de su otra hija. Filomela embarca en la nave de Tereo. Al arribar a las costas del reino Tereo la conduce hasta un apartado caserío, en medio de vetustos bosques, donde la fuerza desatendiendo a sus ruegos. Luego la priva de la lengua, para evitar que lo delate, después de lo cual la encierra, teniendo el descaro de comparecer ante Progne y explicar con lágrimas fingidas la muerte de su hermana durante el viaje. Transcurre un año, y Filomela, a quien la desgracia ha vuelto industriosa, discurre una estratagema y borda su historia en un tejido, que entrega a una sirvienta para que lo entregue a la reina. Progne libera a Filomela con la ayuda de un grupo de ménades y se la lleva al palacio, donde deliberan sobre la venganza. Se presenta involuntariamente el hijo de Progne, Itis, cuyo parecido con su padre sugiere a la madre una venganza terrible, que consiste en llevarlo a un rincón del palacio y asestarle una cuchillada en el costado, mientras Filomela, de un tajo, lo degüella. Enloquecidas, desgarran los miembros del niño y lo preparan sirviéndolo a la mesa de su padre, que sin saberlo ingiere la carne de su hijo. Cuando Progne le revela lo que ha comido, este echa mano a su espada. Sin embargo, es aquí que tiene lugar una triple metamorfosis, que pone fin a los crímenes, en que Tereo se convierte en abubilla, aunque hay algunas versiones en la literatura medieval española que la reemplazan por un gavilán. A su vez, Filomela es transformada en ruiseñor (que en una falsa etimología significa “amiga del canto”) y Progne en golondrina. El ruiseñor es un ave literaria por excelencia ya que los poetas latinos encuentran en su voz el eco de una pena humana. Por su parte, en un poema de Gabriela Mistral titulado “Miedo”, la golondrina se convierte en el símbolo de la hija que abandona el hogar para empezar su vida de casada: “Y menos quiero que un día / me la vayan a hacer reina. / La pondrán en un trono donde mis pies no llegan”. Pero no dejo pensar en la variante que convierte a Tereo en gavilán, sabiendo que Violeta Parra es la autora de una obra que titula “El gavilán”.
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