HIPÓTESIS
Me falto hablar de la colección a la que pertenece el libro, en el seno de un proyecto editorial mucho más vasto. Colección Vidas Ajenas. Se percibe el sesgo rimbaudiano: “je est un autre”. La ajenidad. Ahora sí. No podría haber sido de otra manera. El primer capítulo del libro de Rafael Gumucio, “El vértigo de Eros” tiene 53 páginas, distribuidas en diez sub-capítulos, cada uno de los cuales es un comienzo de un libro posible sobre Matta. Claro: el libro comienza diez veces. Es muy probable que terminemos pensando que no era un libro sobre Matta, sino una especie de autobiografía memorializada escrita por entregas, en que cada capítulo no sería más que la puesta en condición de la “ajenidad” (inquietante extrañeza) experimentada por el propio Rafael Gumucio al encontrarse en Nueva York, en una situación límite. Porque en este sentido, en cada comienzo de libro, lo que hay es una férrea decisión de contener un desborde que amenaza en cada interlínea como el fantasma de una recomposición filial. Por eso, el libro parece escrito bajo la forma de un palimpsesto, en que cada afirmación está escrita sobre las huellas de su borradura (arrepentimiento) anterior. Sobre las marcas mal encubiertas de los proyectos de arquitectura de Matta se instalan las nuevas acometidas gráficas, disponibles para reclamar la habitabilidad cromática regulada por el trazo significante que lo ata a su propia tela. Contra las “máquinas de habitar” (matemática razonable y rectilínea) propuestas por Le Corbusier están las “máquinas de pulsión”, en que Matta “usa las matemáticas y los planos y ángulos rectos para hablar de sangre y sexo”, en palabras de Gumucio (página 50), en que “la perspectiva es abandonada y las ventanas y los muros son reemplazados por una vegetación de venas y vértebras”, gracias a las cuales, el propio Gumucio acelera las asociaciones flotantes, para edificar una ficción de reparación balsámica, en que un padre termina su obra en la obra del hijo, que a su vez completa la obra del padre, poniendo en obra la escena-grafía de un “inconsciente de obra” montado sobre la rotura restituida de una filiación. En la repetición de la palabra “obra” está la solución de continuidad planteada como hipótesis sub/versiva, en el sentido que escurre una versión subterránea que encubre la “père/version” (en francés), versión del padre prolongado por la an-arquitectura del hijo, que hace estallar el cubo compresor del signo inscrito como el nombre de quien “ha vuelto de la nada a inventarse un país” (página 66). Esta es la segunda hipótesis sobre la que se sostiene el flujo de la escritura, destinada -esta vez- a formular la “ajenidad” constitutiva de una pintura que “describe el funcionamiento interno del delirio” (página 58), dando pie a la formulación de una tercera hipótesis que, como sombra acarreada, perturba las interpretaciones convencionales que subordinan a Matta al surrealismo. La gran virtud analítica de este libro reside en que reconstruye la genealogía de una obra, conectando las arcaicas determinaciones de una pulsión morfológica que se anticipa al automatismo surrealista y obliga a Breton (el encerador de pisos) a encuadrarlo en una reducción formal que Matta desborda desde su arribo a Nueva York. De aquí surge la cuarta hipótesis, disimulada en clave duchampiana, destrucción sadiana de la conyugalidad, defecando sobre las lealtades mínimas. “Matta est chilien” escribía el poeta Alain Jouffroy, en el sentido de “chier-sur-le-lien” (cagar-sobre-el-vínculo). Sin embargo, Gumucio le da un giro suplementario a la condición de “chilien”: “Los chilenos como una araña, cagando lazos, dejando que de su bajo vientre salga la tela que lo ate al mundo o le permita, mejor aún, caminar por el aire en su propia tela” (página 45).
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