CUT
El segundo capítulo del libro de Rafael Gumucio tiene diez sub-capítulos. Al contrario del primero, en que expone las hipótesis de apertura y señalan el objetivo explicito a alcanzar, en el segundo describe las intensidades diversificadas por Matta destinadas a favorecer su “colocación” en Nueva York y sortear la “capitulación” francesa. En el primero, Gumucio escribe la palabra “comer” e introduce una aproximación a la devastación: la guerra devora a los hombres. Matta huye de Europa por temor a ser manducado. En el segundo, Gumucio expondrá la teoría y práctica mattiana de la voracidad: el gran manducador. En el tercero, introduce la homologación mattiana del semen y el Verbo: Matta pentecostal. En el cuarto, Gumucio divide las fuerzas. Por un lado, habilita su contrapartida: Gordon Matta-Clark no es un manducador, sino “que da de comer”. En efecto, monta “Foods” como proyecto anticipativo de un arte-de-la-intervención. Des-hace la voracidad del padre. Por otro lado, delata el gesto político de Matta al apropiarse de la intensidad popular vehiculada por el deseo de ruptura. El sub-capitulo concentra y combina un relato de donación primaria (Gordon alimentando a los artistas) para poder poner en pie un relato secundario en que “ilustra” la astucia del pueblo chileno por haberle metido un gol de media cancha a su adversario. Gumucio abre una caja de Pandora. Matta es el gran aristócrata que ama encanallarse. Figura clásica del dandy ya formulada por Marx a propósito de la novela de Eugene Sue, “Los misterios de Paris”. Habra que regresar a esta figura crucial. Por el momento, Gumucio concluye: así como el padre “hablará por los otros”, el hijo tomará el humor del padre para proyectar la sigla de la CUT (Central Unica de Trabajadores), hacia la pulsión de corte. Aquí Gumucio se las juega para sostener la continuidad entre la obra del padre y la obra del hijo; entre Nueva York y Santiago, denotando “una constancia entre sus proyectos que nunca notaron del todo, quizás porque era demasiado evidente”. Constancia que es solo advertible por la construcción de la crítica y su acumulado analítico, entre 1943 y 2025. Constancia invertida, quizás, similar a la reversión entre facultad expulsifica y consumo eucarístico, asumible como corte y desencuentro inevitable, “porque ninguno de los dos quiso encerrarse en el lazo y ser Matta el padre de Matta-Clark, ni Matta-Clark el hijo de Matta” (página 88). Gumucio modula la inversión como efecto de corte en el propio relato, que prolongará de manera dosificada a lo largo del libro mediante una “dialéctica del encuentro desencontrado”. Para de este modo poder en el quinto sub-capitulo, anticipar las diferencias que se van a acrecentar entre Breton y Matta, señalando que en una ocasión el primero le sugirió al segundo “que se riera más despacio” (pagina 89). La risa de Matta es eruptiva; la de Breton es jacobina. Gumucio ya dibuja el mapa de exclusiones. Matta llega primero a Nueva York. Es un seductor, bien vestido, habla inglés, mientras que Breton llega después y se niega a hablar inglés. Matta le gana el quien vive. Ocupa el espacio. Donde aparece, no deja indiferente. Gumucio describe el ambiente formado por los jóvenes artistas estadounidenses con quienes Matta establecerá relaciones privilegiadas. Pero entrega un dato importante: los surrealistas exilados que llegan a Nueva York lo hacen a una ciudad en la que ya se prepara el advenimiento de una nueva pintura. Recurso táctico de Gumucio para describir una superficie de recepción ya balizada por el programa de la WPA (“agencia gubernamental encargada de inventarles trabajo a los miles de desempleados que dejo la crisis bursátil del 29”, página 94) y por el desembarque de los muralistas mexicanos, que van a contribuir a la formación de Pollock, entre otros. Para eso, menciona la exposición que tiene lugar en el Whitney, “Vida americana: Mexican Muralists Remake American Art, 1925-1945”. Siqueiros ya había realizado en Nueva York un taller de técnicas experimentales, al que había asistido Pollock. En el sub-capitulo séptimo, Gumucio aborda el encuentro de Matta con Gorki. En el octavo, Gumucio sugiere la influencia tutelar de Matta en la Escuela de Nueva York, para formular la objeción inmediata del propio Matta, que aminora lo que se repite como una letania. La “Escuela de Nueva York” no existe; existen artistas en Nueva York. Matta afirma: “los artistas de la escuela de Nueva York eran rebuscadores” (pagina 104). Lo cierto, sostiene Gumucio, “es que Matta no tuvo, en el sentido clásico, alumnos en Nueva York, pero llama la atención como todos los que se acercan demasiado a el resultan contagiados por su pintura” (pagina 105). Para terminar este capítulo, el noveno sub-capitulo está destinado “a la teoría surrealista de cómo debe nombrarse un cuadro” (página 108), respecto de la cual Matta formulara su propia teoría de los títulos.
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