POMADA
En “Grabado: Hecho en Chile” (2021) mencioné, al pasar, el momento en que mi familia deja Concepción, a fines de 1963, en el curso de un movimiento migratorio que me partió en dos. Dejé de ver el mural de la Farmacia Maluje. Sobre todo, el tercer panel, en cuyo centro hay una escena de vacunación. Escuché, el algún lugar, que el mural tenía un título: “historia de la farmacopea”. Nunca había escuchado la palabra. Después escuché que el título era “historia de la farmacia”, e incluso, “historia de la medicina”. La secuencia de palabras definía un propósito: el cuidado del cuerpo ante una amenaza. Existe la enfermedad, que nos señala una distinción entre lo normal y lo patológico, que desde el primer momento se me planteó como una metáfora de la condición humana. La palabra farmacopea está referida a un repertorio en que están registrados oficialmente los medicamentos en uso, con información sobre su preparación, propiedades y características. Sobre todo, establece las propiedades físico-químicas de sus componentes y señala las pruebas de identificación y control de calidad a realizar, para todos los insumos que se van a utilizarse en la composición de un medicamento. Esto me parecía adecuado a la voluntad de Julio Escámez, de realizar un mural sobre las condiciones de la salud pública. Es decir, asociada a la metáfora que habilitaba el empleo de un insumo para combatir los males del capitalismo avanzado, que en 1957 exponía la amenaza de un conflicto nuclear. La escena de la vacunación apuntaba a validar la calidad del medicamento emancipatorio, que nos debía liberar del dominio del imperialismo americano. Pero sobre todo, es verdad, insistía en la calidad del gesto preventivo y en la eficacia de un antídoto orgánico, cuya tarea era concentrar y organizar las fuerzas internas del cuerpo social en su lucha contra la degradación humana. En ese sentido, lo que primero había capturado mi atención era el momento en que la enfermera realiza su trabajo, abandonando la idea de la vacunación para abrazar la hipótesis del antídoto. Fue así que me fui desplazando hacia la consideración de la figura de un hombre con sombrero y anteojos redondos que parece sostener, desde el borde inferior de la escena, el conjunto de la narración. Pero eso ocurrió en el curso de una visita que realizamos con Pedro Millar. Luego de un breve juego de identificación de los personajes, nos preguntamos por uno en particular. Una voz se hizo escuchar detrás nuestro, pronunciando un nombre: Openheimer. No habíamos advertido su presencia. Escudado detrás de la caja registradora, nos aclaraba el punto. Openheimer, después de la guerra había sido nombrado asesor jefe de la recién nacida Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos. Utilizó su cargo, inesperadamente, para promover el control de la proliferación de armamento nuclear para frenar la carrera armamentística entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Esto le costó su posición y lo puso en el punto de mira del macarthismo. En efecto, ese año de 1957, Openheimer, retratado en el mural de la Framacia Maluje, pasaba a reforzar el inventario de los fármacos políticos y colocaba a Concepción en el centro de un debate mundial. Sin embargo, en la escena plástica de ese entonces, dominada por el post-impresionismo tardío de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, no se dijo ni una sola palabra. Esto es curioso, porque en el número uno de la segunda época de “Revista de arte” (1955), Enrique Lihn había publicado un extenso artículo sobre Julio Escámez. Esa publicación no le significó nada a Escamez, en Santiago. Era otra escena. Otra manera de escribir. Otra manera de organizar las fuerzas en presencia. Otro modo para calificar las ausencias. En 1957, Julio Escámez realizará un “análisis pictórico de la situación concreta”, usando la metáfora de la farmacia, encarnada en la acción personal de doña María Maluje, que fabricaba unas pomadas para combatir las infecciones dermatológicas. Años después fui informado de la existencia de un doctor penquista que había realizado, en 1957, una tesis en medicina sobre las enfermedades a la piel en los habitantes de la zona de Florida, en su mayoría campesinos. La fabricación de la pomada tenía que ver con eso. Desde ahí me hizo sentido que la pintura es una operación balsámica, pero recién lo vine a consolidar como eje de trabajo cuando conocí a Jean Lancri. Esa es otra historia, singular. Pero es parte de una misma historia general, que me partió en dos.
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