POSICIÓN

 




¿Por qué hablar de una guerra antigua? ¿Por qué relacionar  a Tina Modotti con la escena chilena? No basta con que Pablo Neruda le haya escrito un poema de despedida. Habría que pensar, en mi descargo, ¿cuál era la posición del arte chileno, en 1941?  Siempre se hace necesario definir respecto de qué. ¿Cuál es la posición del arte chileno, en el mundo, digamos, en 1941? No es suficiente que Siqueiros haya venido ese año, no porque le interesara el arte chileno, sino porque debía escoger un lugar en extremo lejano, donde “no pasara nada”, para ocultarse después de haber participado en una intentona de asesinato? El Departamento de Estado no perdona. Bob Sheldon habrá sido trotskista, pero sobre todo, era ciudadano americano. Siqueiros estaría, entonces, involucrado en su secuestro y muerte. ¿Por qué ensuciar de este modo la historia del arte? La sospecha le habría impedido su ingreso a los Estados Unidos, después de haber inaugurado en Chillán. Camilo Mori lo acompaña a esta ciudad, siendo parte de la minoría de artistas que lo reciben. ¿No era él mismo, un excluido de la oficialidad de Bellas Artes? Después de esa experiencia de Chillán, diseña la portada del catálogo de un envío de artistas chilenos para exponer en el Museo de Columbus, Ohio. ¡Esto es de una ternura enorme! Dibuja una paleta de pintor que sobre imprime al diagrama de la bandera.  Curioso apego: la bandera, una sábana, un sudario manchado. Diez años después, diseña la portada de la “historia de la pintura chilena” de Romera. No lo hace mejor. Uf. Esas piezas son una muestra del estado de desarrollo del diseño gráfico: correspondencia plástica de la pobreza formal chilena cuyo clima es descrito por José Donoso en “Coronación”. Sin embargo, hay que poner esto en relación con “Razón y poesía de la pintura”, libro escrito por  Romera, publicado por Ediciones Nuevo Extremo, en 1950. ¿A quien cita? A Ortega Y Gasset, a Charles Lalo, a Champfleury, a Eugenio d´Ors, a Focillon.  Ese es el estado del arte en Chile. Ya no se habla de la guerra. Romera no vino en el “Winnipeg”. Eso le pesó toda la vida. Había abordado el vapor “Formosa”, desde cuya cubierta pudo ser testigo de la batalla del Río de la Plata. Muchos hubiesen querido ser subidos al “Winnipeg”. La segunda guerra caliente ya había terminado. La primera guerra fría está en su pleno apogeo.  Es curioso. La fecha del 3 de septiembre de 1948 no consta en los anales de nuestra historia del arte.  No deja de ser sorprendente que  nunca se haya mencionado de manera explícita, que la realización del Mural de Julio Escámez en la Farmacia Maluje de Concepción tuvo lugar mientras estaba vigente en Chile la ley de Defensa de la Democracia. Solo fue derogada el 2 de agosto de 1958. Ese año, José Balmes obtuvo el gran premio del Salón Oficial, con una pintura de rasgos abstractos líricos, que era la eficaz manera de encubrir un tipo de indisposición formal que será abiertamente visible en su pintura presentada en Madrid, en 1962. En 1954 había viajado por vez primera a Europa y  visitado su ciudad natal, bajo el franquismo pleno, que en Madrid había puesto a la cabeza del Museo del Prado a Fernando Álvarez de Sotomayor. ¡Oh! Las vueltas de la historia. En la pintura chilena oficial, la denotación política forma parte de una in/oficialidad de minoría, representada por los muralistas y los grabadores. Pero en 1948 ocurren algunas situaciones sorprendentes, en Concepción. En el seno de la Sociedad de Bellas Artes  es creada una Escuela Libre de Arte, cuya dirección es asumida por Adolfo Berchenko, que va a trabajar en  grabado con Venturelli y Escámez. Otro dato, que no es para nada curioso: Venturelli y Berchenko serán reconocidos militantes del partido comunista revolucionario (PCR). Aunque no se verifica en sus pinturas  el conflicto chino-soviético. De todos modos, José Balmes realiza la primera serie de pintura contemporánea anti imperialista en 1965, a raíz de la invasión de los marines en Santo Domingo. La pintura de Escámez, en este sentido, realizada en 1957,solo sería considerablemente pre-contemporánea. Prolongaría, en términos sociales, la pintura chilena de los años cuarenta. Ya. Después, en Chillán, Escámez pinta un mural apocalíptico-anticapitalista, que fue cubierto con yeso  por los militares en 1973. Actualmente tiene lugar su restauración, para fortalecer los cultos locales. De modo que la pintura chilena no solo le tiene fobia a la representación del cuerpo, sino que expulsa la guerra de su imaginario. Digamos, a lo más, la lucha de clases se va manifestar en la “gráfica” electoral de 1964, y no precisamente en la pintura mural, sino en la producción gráfica de la “campaña del terror” en contra de la candidatura de Salvador Allende. El diseño gráfico de punta es puesto al servicio de la “revolución en libertad”.  De modo que no se trata de forzar la incorporación de la imagen de   guerra en el terreno de la representación chilena en la escena plástica de los cincuenta-sesenta.  Esta aparece, modulada y distante, como anticipación de la ofensiva plástico-política de los setenta, entre el “pop rojo” de Núñez y el signismo retenido  del Balmes de “No” (1972). No era un “arte de guerra” (Siqueiros, 1942), sino el síntoma anticipativo del “arte de la guerra” que se venía.  


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