PROMETEO
Jose Clemente Orozco, 1944.
A propósito de Pedro Lira y la exhibición de su “Prometeo” en “Luchas por el arte”, recupero esta nota, escrita para un encuentro en torno a “La exposición pendiente: Orozco, Rivera, Siqueiros”, que tuvo lugar en el MNBA en noviembre del 2015. Hay Prometeos y Prometeos. Siempre habrá exposiciones pendientes, cuando no, exposiciones pendencieras. Ahora, la atención está puesta en otras luchas, entre agentes inmobiliarios y administradores de “basurita arqueológica”. No basta con las reglas de los códigos de ética, sino que se requiere un gran sentido del deber. El “octubrismo” derrotado en la Convención se recompone en el Ambientalismo anti-capitalista (Sic). La reacción thermidoriana se refugia en la educación patrimonial (Risas). Esa exposición mexicana montada el 2015, denota la preocupación por saldar las cuentas incumplidas de 1973. Pero es preciso señalar que ésta tiene lugar una vez terminada la restauración del mural de Xavier Guerrero, en la Escuela México de Chillán, dañado por el terremoto del 2010. Resulta ejemplar la voluntad estatal por estudiar los murales de artistas mexicanos realizados fuera de México. En la actualidad, conozco a lo menos dos investigadoras de la UNAM y un doctorando del Colegio de México en visita a Chile, siguiendo la ruta hacia “la capilla Sixtina del arte latinoamericano”. Esta es una frase que pronuncia Lincoln Kirstein, enviado por Nelson Rockefeller a darse una vuelta por el cono sur, para adquirir obras para el MoMA, en el marco de una política de “buena vecindad” durante la segunda guerra. Tuvo problemas con los artistas de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, porque no les compró ninguna obra. Prefirió las pinturas de Herrera Guevara, provocando la furia de los artistas-académicos. Esto motivó una carta de protesta. ¿Sabían eso? Es la ocasión que aprovecha Siqueiros para escribir que en Chile existe un “arte de profesores”. En 1942 lo escribe. ¡Vaya! ¡Oh! Luchas por la designación del arte. Cuando Siqueiros vino a Chile, en 1940, los académicos de la Escuela le hicieron el vacío”. Pero no es de sorprender, ya que “El diario ilustrado” publica sendas crónicas, en septiembre de 1939, protestando por el arribo de unos “rojos” que viene a perturbar la paz social, refiriéndose al “Winnipeg”. Chile rompe con las “fuerzas del Eje”, recién en enero de 1943. Valparaíso es un nido de espías. Es sorprendente que no se haya escrito una sola palabra sobre el mural de Siqueiros, en 1942, cuando vino a perturbar la pintura en su historia. Tupido velo. Pero en el 2015, mientras uno entra, el otro abandona. Me refiero al Prometeo de Pedro Lira realizado en 1883 y al de José Clemente Orozco pintado en 1944. Lo menciono por la “exposición pendiente”. Tarea historiográfica incompletada. Ambos comparten el espacio del museo en una ocasión excepcional, durante algunas semanas. Privilegios como éste son únicos. Aunque toda comparación puede resultar injusta. El Prometeo de Lira es un retrato que se autoriza por la dinámica del paisaje que lo recoge como síntoma de una pintura elusiva, por la que firma un manifiesto para el desarrollo de la razón liberal. El Prometeo de Orozco es una versión en formato de caballete de la figura principal del mural que realiza en el Pomona College, en Claremont, California, en 1927. Orozco pinta en 1944 el cuadro que se expone en el MNBA. Hay una distancia de casi veinte años. El propósito es similar, pero la resolución es, evidentemente, más específica. Puede ser considerada esta pintura de caballete como una cita restrictiva del mural de 1927. ¿Por qué haber insistido en el tema en 1944? Hay una cosa que relaciona a ambos Prometeos. No es una gran hipótesis. Resulta demasiado visible. Cuando la figura del héroe aparece como excusa en un debate pictórico, es fácil asociar su realización a la expresión de un espíritu libertario; por no decir, francmasónico, a secas. Gloria Cortés sostiene la hipótesis según la cual el Prometeo de Pedro Lira está basado en un poema de Goethe y que junto al Sísifo forma parte de una alegoría masónica. El Prometeo de Orozco está en directa relación con el círculo délfico que frecuentaba en 1927, según la información proporcionada por Renato González Mello en “La Máquina de Pintar” (UNAM/IIE, 2008). Pedro Lira era un pintor, pero, sobre todo, un organizador. No digamos un gestor. Sería demasiado rebajarlo. Lira sería algo así como un “intelectual orgánico” de la Oligarquía y se representa a si mismo –en 1884- como el “Prometeo de la pintura chilena”. Aunque su antorcha es débil. Está apenas encendida. Sabe que ha perdido la guerra. El Prometeo de Orozco es consumido por el fuego. Su pasión, a su vez, da a entender que los hombres no están preparados para acoger la responsabilidad del fuego. En Chile, tendremos que conformarnos con un “museo de copias”, porque no habríamos estado preparados para acoger la responsabilidad del Origen. Íbamos a ser. Algo así. Pienso en el grabado de Eugenio Dittborn: “Todas íbamos a ser reinas”. Pero también, en uno de los capítulos iniciales de “El Chile perplejo” de Alfredo Jocelyn-Holt. En el Centenario “íbamos” a remediar lo que un siglo de república había dejado inconcluso. Quizás por eso, en Lira, la escasa incandescencia de la antorcha exprese la decepción de su mirada ante la incompletud institucional. El arte anticipa la lectura de las crisis. Lira construye el Partenón, templo griego, morada para el héroe local que transforma su pincel en antorcha seminal, definiendo una estrategia de desarrollo para el campo de las bellas artes, de un modo análogo a cuando escribió su Diccionario de pintores. En esa medida, formaliza una acción y ordena el discurso de las filiaciones perturbadas de la nación al decir “quien es quien” en el desarrollo de dicha empresa. ¿Por qué hablar del Prometeo de Orozco, en esta polémica por el control de vicisitudes en la comprometida musealidad chilena? Porque nos remite al Sísifo de Lira, que reproduce la imposibilidad de montar el deseo de lo que íbamos a ser. Todas íbamos a ser reinas. ¡Que duda cabe!
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