DEFICIT





Ha tenido lugar, el viernes 30 de agosto, en la Universidad Adolfo Ibáñez, una sesión del ciclo “Actualidad en contexto: conversaciones sobre lo que está pasando”, dedicado al tema “Bellas Artes en debate: ¿cancelación o repensar el arte?”. En el encuentro,  las panelistas Elena Irarrázabal  (subeditora Artes&Letras), Carmen Le Foulon (Escuela de Gobierno UAI) y Macarena Roca (Facultad Artes Liberales UAI), bajo la moderación de Niels Rivas (Decano Facultad Artes Liberales UAI), han logrado enumerar un conjunto de temas que instalan  en el plano académico, los términos de una polémica que hasta ahora ha  sido abordada en los Medios. Tal iniciativa era esperable, en un espacio de enseñanza superior que se propuso proporcionar  un marco académico a un debate que parece no encontrar su cauce. En un ambiente coloquial que dio lugar a una discusión amplia, las participantes abordaron  unos puntos que importa relevar.  Lo primero: el MNBA ha descuidado la función educativa, que se ha desestimado en provecho de la interpretación de la realidad. Esta ha sido una expresión residual del Estallido, que habría puesto en el tapete el ataque al patrimonio. La exposición en cuestión vendría a ser una expresión avalada por un aparato del Estado, que extendería el imaginario de la rebelión social en un terreno institucional destinado a la preservación del patrimonio. El debate que ha surgido sería saludable porque pondría en evidencia el déficit educativo en cultura. La situación del MNBA vendría a extender la degradación de la propia política de gobierno al respecto. Lo segundo: una vez  reconocido el déficit  surgen preguntas. ¿Cuál sería la prioridad del museo? ¿La experimentación provocadora o el respeto a la familia?  Una curatoria no puede ser solipsista; no puede trabajar  para los entendidos, sino que debe respetar a los públicos. No puede ser un espacio de experimentación para una nueva museografía. No puede ser radical. El museo debe ser la expresión de un compromiso. Pero además, la curatoría no sabría transmitir su contenido. Al déficit educativo se agrega el déficit comunicacional. Lo tercero: el museo como vector de una política que da visibilidad a quienes no la han tenido, ha pasado a ser promotor del cambio social.  En esta medida, ¿cómo el museo puede fortalecer los valores democráticos? En el caso que nos ocupa, al parecer, la polémica suscitada ha sido más por la forma que por el contenido. Sin embargo, la forma es el contenido. Atacando la forma, los Medios han logrado que se ponga atención sobre la dictadura curatorial, en un museo nacional donde no se respeta la noción de “colección permanente”.  Los tres puntos resumidos han  sido  de extraordinaria utilidad para   identificar la lista de malestares evocados, que sirven de soporte argumental al discurso del déficit. En esto, no hay duda posible. Quienes  han iniciado la ofensiva medial han logrado configurar una plataforma de comentarios que  declara la deuda social que el museo tendría con la sociedad chilena en al menos dos aspectos: 1)  no satisfaría las exigencias de un protocolo mínimo de intervención educativa; 2)  no contribuiría al debate democrático. Si bien, ambos  aparecen como interdependientes, comprometen responsabilidades diferenciadas. Al desatender el protocolo mencionado, se debilita el debate. Al debilitar el debate, se promueve la profundización de su naufragio. Desde ahí, se desprende una serie de consideraciones que paso a enumerar: a) el museo habría  promovido la  instauración de un cierto autoritarismo  curatorial, más preocupado en subvertir el canon y destronar paradigmas historiográficos, que de realizar un verdadero trabajo educativo; b) el museo no habría  montado un aparato de  mediación   ni un dispositivo  comunicacional; c) el museo  habría  privilegiado las exposiciones sobre el modo como se ha escrito la historia del arte, en desmedro de exposiciones centradas en las obras de arte; d) el museo no habría realizado el trabajo de  consenso mínimo para definir condiciones de exhibición de las piezas emblemáticas de  una “colección permanente”, manteniendo una “ensalada cultural” como programación. Estos puntos fijan, grosso modo, el “estado del malestar”, de  un sector de la ciudadanía, que ha logrado producir  la percepción que el museo  estaría  en  situación de quiebra simbólica, que le impediría  implementar un proyecto de reversión del déficit que acarrearía. Dando  por entendido, de este modo, que dicho déficit sería  el producto de un largo proceso de fragilización institucional. Sin embargo, no se ha instalado (todavía) el discurso que debiera dar cuenta de este proceso, que  comprometería a las tres direcciones que el Museo ha tenido  durante los últimos  veinticuatro años. La actual administración es reciente y no ha hecho más que asumir una continuidad de gestión. Se podría reconocer  la existencia  de un período de estabilización de roles que, en algún momento, se degradó.  La consecuencia inmediata de la enumeración que he condensado en condicional, conduce a plantear la necesidad presente de un plan de desarrollo que  elabore de manera anticipada los rudimentos para un proyecto que debiera consolidar el vector educativo y fortalecer  una dinámica armonizadora que combine tradición y contemporaneidad, en un marco  consensuado por  un debate ciudadano, en torno al manejo de   intensidades simbólicas que se cristalizan en una institución como el Museo. En esta medida, adquiere sentido la pregunta  formulada  en la invitación para el debate de hoy: ¿cancelación o refundación?. La paradoja es que los términos  dan escaso margen al diálogo.  Solo sería  posible pasar a medir qué peso político tendrían   las fuerzas sociales que sostendrían  ambas alternativas.  Todos sabemos que estos debates son la expresión más o menos civilizada de un enfrentamiento de ideas-fuerza, que tensionan el campo cultural,  prefigurando las luchas que (se) vienen.  El arte adelanta las crisis, dejando de ser un promotor del cambio social (si alguna vez lo fue) para convertirse  (más bien) en el síntoma de una catástrofe anunciada.  Las críticas a la  exposición “Luchas por el arte” vendrían  a ser una excusa inicial  para exigir  la necesidad imperiosa de un “regreso al orden”, tanto en el terreno de las curatorías como del manejo del Museo, porque  lo que estaría  en juego sería  -digámoslo- el diseño de una propuesta nueva  de  política de cultura.  Pero eso implica adelantar el trabajo de un plan de campaña,  que debiera incluir  el tema de la  recuperación de  un espacio que un sector significativo de la ciudadanía consideraría  haber perdido. 


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