BODEGÓN
Se ha escrito poco sobre la importancia que tiene la cafetería en un centro de arte. A veces, lo más importante es el mesón, la disposición del mobiliario, la organización de la tienda. Permite establecer la zona intermedia entre la calle y la sala. Protege el acceso y resguarda la salida. No hay operación más peligrosa que el abandono de una sala de exposiciones. Es en ese intermedio que se calibra el efecto inmediato de la muestra. Porque una exposición es un modo de pensar, que abre una línea de trabajo. El periodismo espera que la visita sea un factor de espectacularización, para poder reducir la muestra a su pequeña sordidez epistemológica. No soy amable. Este es un ajuste de cuentas respecto de otra lucha. Pero una exposición es, siempre, un dispositivo de lucha. Lo lamento. Una muestra no es un jardín de infantes. De modo que en el Bodegón Cultural Los Vilos, la muestra comienza y termina en el café. Sobre el mesón, unos folletos esperan. Junto a unos libros que anuncian la proximidad de la tienda hay dos títulos que sobresalen: un ensayo de culinaria local de Sonia Montecinos, Rolf Foerster y Alejandra Alvear y un libro de Milton Godoy sobre “Estado y Región en Atacama”. El prólogo de este último ha sido escrito por Sergio González, premio nacional de historia 2014. Ese es el año que dejé la dirección de una institución cultural que me hizo ver que había prácticas sociales cuyos efectos estéticos eran más consistentes que muchas obras de artistas contemporáneos. Lo confirmo en esta ocasión, cuando dejo la sala que ocupa actualmente la artista anglo-mexicana Melanie Smtih. La práctica social está referida a los indicios de cultura caravanera simbolizada por el residuo espacial de un tambo, que denota un momento de discontinuidad en la continuidad del paisaje de interior. El efecto estético es el producto de un artificio con el que Melanie Smith interviene un espacio y expone un método de investigación sobre la escena local. No me refiero a una escena de arte, sino una escena de intervención en la que el Bodegón ocupa un lugar significativo como punto de amarre costero. Originalmente, era un galpón aduanero. Más que nada, recinto de acopio de una riqueza que se va. Que se fue. Que sigue yéndose. El galpón, residuo arquitectónico de un compromiso entre ruralidad y edificación portuaria, trabaja en la actualidad como espacio de activación de un pensamiento sobre la región. Leo el prólogo de Sergio González mientras tomo el café. Habla de la distinción entre Norte Grande y Norte Chico, y saluda la perspectiva analítica de Milton Godoy, citando un fragmento de un estudio de unos antropólogos, para quienes la apropiación del espacio, cuando predomina la dimensión cultural, engendra un sentimiento de pertenencia que adquiere la forma de una relación afectiva con el territorio, que pasa a ser definido como una unidad de arraigo. El Bodegón es un “dispositivo de arraigo”. La palabra es precisa. El montaje de Melanie Smith lo pone en evidencia. El título da cuenta del apego a una cultura popular erudita: “Locos y Lapas”. La relevancia del gesto de nombrar reside en el modelo que ejecuta la carbonada como compresión del sistema de alianzas entre los productos de la tierra y del mar. El “chiringuito” es un operador de signos culinarios que fijan la temporalidad de una detención en el camino, distribuyendo lo crudo, lo cocido, lo frito, lo asado, lo seco y al vapor, quedan pie a una constelación alimentaria. De ese modo debe ser aislado y reducido a una configuración geométrica básica, reconstruible en el interior de una sala, donde pueda operar como una cita destinada a distanciarse de los referentes de origen. La iluminación con "esa" luz azul le proporciona una densidad fantasmal que modifica la puesta en escena y acelera la conexión de unas historias locales del color y de la imagen. Una corresponde a una historia local del arte, por su dependencia cromática respecto del azul paquete de vela que caracteriza la estampa vilchesiana. Pero Vilches la recoge de los papeles azules de volantín que recortaba doña Teófila Hinojosa en el Mercado de Concepción, en abierta deuda con las guirnaldas populares mexicanas. Vilches, expuso en el Bodegón en el 2019. La otra historia tiene que ver con el azul Willow que se puede encontrar impreso en la cerámica de Lota, pero sobre todo, en la vajilla inglesa importada cuyos restos son vendidos en los baratillos de Los Vilos. (La toponimia equívoca procedería de la deformación de Lord Willow). Una vez que la construcción ha sido deslocalizada y convertida en maqueta del aparato psíquico, pasa a ser el “marco” en que se sostiene la proyección de un ensayo-video que pone en escena cuerpos y formas de vida debatiendose entre la ruina del pasado y la ruina del futuro. De este modo, como señala José Luis Barrios en su presentación, “Locos y Lapas” no es una exhibición, sino una ocupación metodológica del espacio. Agrego que reproduce el dibujo por el que Freud “explica” el funcionamiento del aparato psíquico, cuando recurre al modelo parcial del aparato fotográfico, permitiéndole figuralizar la distinción Consciente/Inconsciente, dejando en veremos la pregunta por el lugar del “cancerbero”, que vigila el tráfico de las percepciones. El video-ensayo es el soporte invertido para sostener la figuración del deseo, contenido en un relato que se construye mediante los primeros planos de las letras de unos títulos de libros y las teteras en la cocina, alternados con los planos medios destinados a la comensalidad y al recorrido por los monumentos a la devastación del paisaje. Por cierto, esta es una broma metodológica estructurada que permite comparar el “chiringuito” con el Bodegón como dispositivo de intervención del paisaje cultural local.
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