ACARRE0



Las últimas palabras del bloque anterior están referidas al Orden de las Familias. Había que terminar de este modo: la eficacia de los textos está (siempre) puesta en duda, por la “necesaria intoxicación” de los debates montados  para desacreditar el trabajo analítico involucrado en la concepción y producción de una muestra. Una exposición es un “modo de pensar” que pone en crisis un sistema de representación. Alberto Madrid, escritor, editor, docente y curador del Museo Universitario del Grabado ha tomado la iniciativa de publicar el conjunto de “entregas” relativas a “Luchas por el arte”  bajo el título “Escrito en bloque”, reproduciendo en la portada un detalle de la pintura de Pedro Lira “Los canteros” (1878). Cuatro jornaleros se concentran en la tarea de desplazar un gran bloque de piedra emplazado en la plataforma de un carro de arrastre. Una broma interpretativa conduce a pensar que cuatro infantes de un apocalípsis laboral acarrean el peso de una historia que los condena, en una variante criolla del mito de Sísifo, que será el “tema” de otra pintura de Pedro Lira, realizada en 1893, también exhibida en "Luchas por el arte". (Pequeño detalle: antes de la guerra civil y después de la guerra civil). Solo que en este caso, los jornaleros empujan una   piedra ya elaborada, que va a ser empleada en la edificación (supongamos) de una institución que sufre la amenaza de su des/constitución. La novela empuja a la historia. La ficción productiva  modula a la Nación. De un modo análogo, estos textos del blog, escritos en bloque, modulan la f(r)icción de una “noción”; a saber, un diagrama de construcción de relato que afecta la verosimilitud narrativa de un orden, al que me refiero en el último bloque, titulado EDUCACIÓN. El bajo fondo de esta narrativa ha sido consolidado como una sub-versión de la crítica curatorial, bajo la forma de un laberinto que sostiene la clave de un enigma que afecta el origen, y que se expresa a través del encadenamiento  metodológico de la novela chilena de anticipación sociológica, en el que “El loco Estero” de Blest Gana (1909) y “Casa grande” de Orrego Luco” (1908), ocupan un lugar de privilegio. Agrego, “Gran señor y rajadiablos” (1948) de Eduardo Barrios. Todos los caminos conducen a “El lugar sin límites” (1966)  de José Donoso.   ¿Alguien quería hablar de la hacienda chilena?  Un comentarista reciente que habla en  Medios reproduce la hipótesis cuya autoría atribuye a un historiador-antropólogo, según la cual debajo del barniz de modernización capitalista y democrática, en Chile sigue “mandando” el imaginario de la hacienda. Eso “ya estaba”, como ficción sociológica, en la novela realista. Donoso habla, después, de unas conjeturas sobre la memoria de su tribu.  Pero las primeras memorias de la tribu ya están en Blest Gana y Orrego Luco. Alberto Madrid lo viene diciendo desde hace más de veinte años en sus cursos, leyendo a otros. ¿Cómo se lee? ¿Cómo se lee la literatura en provecho de la historia del arte? ¿Cómo se lee la historia del arte para su uso "desmejorado" (risas) en la historia política y literaria? ¿De qué manera se organizan las mesas de montaje para leer algunas cuestiones que jamás han sido escritas, porque suelen faltarnos las palabras delante de la imagen? ¿Y por qué es necesario escribir de todo esto, a propósito de una exposición? Escribir sobre imágenes es, primero, escribir, por cierto. Primero y no después. Porque no se escribe después de haber pensado lo que se ha visto, sino que se piensa mientras se escribe, en el acto mismo de escribir. Esto parece un apunte viejo de Blanchot. Pero no: es tan solo una cita de Didi-Huberman. Desde la imagen de las pinturas de la exposición, en particular, “Los canteros”, se piensa en cómo convertir la mirada en un efecto de conocimiento. Es lo que plantea Roberto Merino, en el Tavelli, al mencionar el “uso” de la lectura de Orrego Luco, y refiere el hecho de que la publicación de su novela produjo un escándalo porque una parte de la élite que celebraba el centenario de la república construyendo (para si)  un monumento-museo, la interpretó como una novela en clave. Y como lo consigna la reseña de memoriachilena.cl, “la dimensión del enojo social fue proporcional a la verdad revelada”, “en un escenario en que las familias rectoras  del país se descomponían mientras emergían otras que, por su dinero recién adquirido, podían gozar de privilegios sociales y políticos antes vedados”. Para contribuir a la usura de esta lectura, Roberto Merino menciona una incidencia con Eugenio Dittborn, al que llama para hacerle estado de una “devolución”, desde la literatura hacia la visualidad.  Le menciona que en “El loco Estero”, hay un personaje “que trata de olvidar su dolor en una continua lectura. A mí me pide libros con frecuencia, pero en el último año, él mismo me ha dicho que no saldrá de la lectura de dos obras: “Robinson Crusoe” y el “Chileno Consolado en su Presidio”, por don Juan Egaña” (Zig-Zag, 1956, quinta edición,  página 40). Ambas, novelas de naufragios. En resumen, estas tres novelas mencionadas problematizan el Orden de las Familias.  En tal medida, resulta complejo “comparar” la escasa densidad de la obra de Alberto Mackenna que escribe, en 1915, “Luchas por el arte”, como si “El loco Estero” y “Casa grande” no hubieran sido escritas.  ¿Dónde está el “museo de copias”? Ya estaba precedido por el “Balzac chileno”, idénticamente igual.


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