NESCAFÉ



Mi padre vivía de niño al final de la calle Exposición. Iba al Liceo Amunátegui. Cuando regresaba a pie a su casa, olía el aroma de las cafeteras, a la hora de once. Hubo un momento que ya no hubo más aroma de café en grano, filtrado, porque en Chile se comenzó a consumir mayoritariamente Nescafé. Solo se podía tomar café expreso en algunos lugares muy acotados en Santiago. Un gran amigo mío me acaba de hacer el relato de un acontecimiento que me resuena, hoy día, a propósito del “Museo de copias”. Me habló de una fotografía en la que aparece un gran periodista italiano que le habla a Eduardo Frei Montalva, al oído. La escena tiene lugar antes de 1964, durante la campaña presidencial, en la que este periodista, enviado por Aldo Moro,  fue un asesor significativo. A propósito de esa escena, el propio periodista le hace el relato a mi amigo que la percibe en su escritorio, durante un encuentro de trabajo, en la Roma de los  ochenta.  Y este consiste en lo siguiente: en broma, Frei, una vez electo,  el tono de gratitud, le da a entender al periodista que puede solicitar lo que quisiera. Todo el mundo esperaba que fuese un cargo. Pero la gran sorpresa fue que el periodista solo le dijo: “Presidente, prohíba el Nescafé”. Al cabo de un tiempo, Frei le hizo entender -no sin pesar- que eso no podía ser. La historia es demasiado buena. No pude dejar de asociar este incidente con el “Museo de copias”, cuyo tema ha sido central en la exposición “Luchas por el arte”. La pequeña salvedad es que la historia del Nescafé pone en escena una especie de sucedáneo (instantáneo), mientras el museo de copias instala el valor de la réplica en la cultura local. Entre sucedáneo y réplica se organiza una cultura en forma. No tendríamos derecho a los originales. Lo terrible, para los amantes del café, es saber que las primeras “Cimbalist” serán importadas, recién, desde los años ochenta, por efecto de la política económica de la dictadura. Por eso, en Chile, antes de los setenta, no funciona un tipo de  descalificación que se usa en ese entonces  en Buenos Aires o en Paris:  “revolucionario de café”. Tendría que haber sido, por cierto, “revolucionario de Nescafé”, y eso no tenía sentido.  ¿O sí? ¿Acaso el consumo de Nescafé estaría en el origen del “reformismo”? El hecho es que el consumo de café de grano se reinstaló en Chile,  con una prevención. Había que mencionar la existencia de “café-café”, para señalar la nueva exigencia de consumo gourmet. Es de imaginar lo que hubiera sido, en 1915, esgrimir el deseo de acceder a estatuas de “mármol-mármol”. Nos conformamos fácilmente -el la medida de lo posible- con lo que se puede  tener de manera sustituta.  La cuestión del origen ha pasado a ser un elemento que  puebla  las agendas de la inclusión cultural.  En la introducción del Nescafé, lo que se instaló fue la cultura del sucedáneo: no podíamos acceder a los originales. De ahí, el efecto se hizo “política de vicecampeón”. Esto fue lo que llevó a Eugenio Dittborn y a Carlos Flores del Pino a entrevistar en febrero de 1981 al Tani Loayza, en Iquique. De ahí, de manera lateral, realizaron el registro de la acción de arte más significativa del periodo: "la acción de la mancha". Esta consistió en el derrame de casi cien litros de aceite quemado de auto sobre la arena del desierto. Hay que poner atención en el aceite quemado como sucedáneo del óleo “Windsor&Newton”. El desierto, aquí, jugaba el rol sustituto de la tela de lino belga. Ya no era la copia, sino la sustitución tecnológica la que definiría el nuevo estatuto de la representación. Era como regresar a las facultades lingüísticas ligadas al Nescafé, que se instala en la misma época que tiene lugar “El quebrantahuesos”, como (d)efecto dadaísta de recorte de palabras, duchampianizado por la lectura que Ronald Kay en 1975, y que vendría a ser una reivindicación póstuma del (re)corte y del “collage”,  permitiendo la instalación del "irrespeto" (risas), al promover el abordaje de la propia colección del MNBA como la historia de recolección de pinturas  des/encontradas. 


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