PROMESA



El lunes 21 de abril, en la Cineteca,  fue proyectado el documental de Emilio Pacull, “Héroes frágiles”, realizado en el 2007. Al final de la proyección, presentamos con el escritor Aníbal Ricci, el libro “Luz de invierno”, que Emilio Pacull ha publicado en el 2023 en Editorial Catalonia. Coincidimos en sostener que no era posible hablar de manera separada de ambas obras. El problema era determinar si el libro no era la “anticipación póstuma” del filme, editado de un modo que, en un soporte impreso, la arquitectura del relato se acercaba al modo cómo Chris Marker monta sus obras. El libro estaba, sin embargo, presente en el filme, bajo la forma de un “scrap-book”, en el que Emilio Pacull había pegado una fotocopia de la fotografía del cuerpo de Augusto Olivares, cuya cabeza descansaba sobre su escritorio, después de haberse dado la muerte. En el documental, el doctor Jirón hace el relato de su agonía. Luego, acomoda el cuerpo. El presidente Allende, en medio del bombardeo, solicita un minuto de silencio a la memoria de Augusto Olivares. Emilio Pacull viaja a Chile con esa foto pegada en su carnet de notas, para poder mostrársela a Carlos Jorquera, en el curso de una escena memorable en “Las lanzas”, que éste no resiste ver la escena, cierra  el carnet, lo deja sobre la mesa y se saca los anteojos, para mover la cabeza en un gesto de negación. Ese carnet se traspasa, con toda su intensidad gráfica, a un espacio de relato combinado,  que hace coincidir tiempos narrativos diferenciados para ordenar los “recuerdos de infancia” en  tres lugares: Santiago, París y Formentera. Esta noción de “recuerdo de infancia” hay que tomarla en sentido amplio. Todas las anécdotas relatadas en el libro se someten a una poética de fragmentos residuales recuperados,  conectados por una potencia narrativa que fija el diagrama de un viaje.  Todo viaje está habilitado por un enigma. En “Héroes frágiles” ese enigma es anunciado de manera ostentosa: el gobierno de Allende atenta contra los intereses de los Estados Unidos. Emilio Pacull hace el relato en que Augusto Olivares, a raíz del asesinato del general Schneider, le hace estado de la amenaza fundamental: harán todo para sacarnos de la escena. Emilio Pacull regresa al Palacio de La Moneda restaurado y busca exorcizar el lugar donde cayó su padrastro.  Pero en el libro puede exponer lo que no puede hacer en el documental: recomponer lo perdido. Porque si bien en este último restituye una huella,  en el primero hace estado de un vacío, imaginariamente colmado por un personaje que cumple las veces de un padre sustituto, que le habla de otras guerras. Siempre hemos estado precedidos por otras guerras. Emilio Pacull ha seguido, en el aparato del cine, esas otras guerras, como si expusiera la amargura de su inevitabilidad, desde “Estado de sitio” a “Missing”. Emilio Pacull pertenece a la generación que se formó, en Santiago, viendo dos filmes de Costa-Gavras: “Z” y “La confesión”. Cada una de esas proyecciones correspondió a un momento determinado de la correlación de fuerzas en pugna, en la sociedad chilena. La primera, durante el gobierno de Frei Montalva; la segunda, durante el gobierno de Salvador Allende. El cine  operó, entonces,  como el síntoma de un naufragio anticipado. Pero en su libro, lo que hace Emilio Pacull es reconsiderar el peso simbólico que posee el cine francés, su industriosidad autoral, en la formación de contexto de una biografía, que debe tomar el camino del libro para poder relatar el cumplimiento de una promesa hecha a su madre. ¿Y de qué otro modo podría ser? 


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