POTENCIA



Preparo la presentación de un texto. Comienzo por escribir una especie de anticipación, pensando en que el público que asistirá se podrá enterar de qué voy a hablar, y de ese modo, estar prevenido. No me quedaría más que decir dos cosas, para completar lo  ya dicho. Una vez hice una serie de pequeñas conferencias en Bogotá. Entonces escribí una serie sobre “lo que debía decir” en dicha ciudad, que después fue la base para un texto que acaba de ser incluido  en “Grabados por desplazamientos; desplazamientos del grabado” (Ediciones Puntangeles, UPLA). Ahora, debo presentar un libro de Emilio Pacull, el próximo lunes 22 de abril, en la Cineteca Nacional. Es decir, escribiré  “lo que debo decir” ese día, para no tener que repetirlo, y solo agregar lo que, hipotéticamente, he dejado fuera. El problema es que la presentación del libro irá acompañada de la proyección del documental de su autoría, “Héroes frágiles”, realizado en 2007. ¿Quién acompaña a quien? ¿El libro al documental? ¿El documental al libro? De todos modos, se interpelan, y eso no es bueno, porque entablan una lucha en la que impiden que podamos jerarquizar las líneas de los relatos. Pero por otro lado, es muy bueno, porque obligan a leer una obra desde la otra, perturbando las aproximaciones. De tal modo,  los ejes se encaraman y producen un estallido de relaciones inagotables. Pero solo deseo hablar del libro. Lo primero que debo decir es que no he podido dejar de asociarlo a la novela de Pérez Reverte, “El pintor de batallas”. Lo cual es injusto, porque contrapongo el diagrama de una ficción con el despliegue narrativo sincopado en que reconozco la analítica constructiva de Chris Marker. Cometo la infidencia de comentar a Emilio mis aprehensiones y me responde con una anécdota significante. Chris Marker le habría definido, en un momento, qué es un documental. En francés: “un élan et des variations”. Podría traducir como “un impulso y unas variaciones” extremadamente construidas.  Deseo traducir, no como impulso bersoniano, sino como “conatus” spinozista: potencia, perseverancia en el ser; pasión y necesidad de conocer las causas y los efectos de una catástrofe.  El primer capítulo de este relato produce destellos generativos que remiten a la “casa de luz” como sinónimo de un faro, instalado en un lugar determinado de una isla para prevenir los naufragios. Recurso pictórico, entre la isla de Cítera (Utopía) y la isla de los muertos (golpe militar).  Watteau y Boeklin.  En la isla que Emilio Pacull instala  residencia, inventa  la necesidad  de restitución de un Natal, hilando un relato alterno entre exilio  (discontinuidad) y arraigo (continuidad). En la página 27, la fotografía de una mujer marca la intensidad del método: la estrategia del ovillo. Eso no es casual.  La mujer anticipa el calce de un gesto que produce filiación.  Gracias a ello, Emilio puede armar la consistencia de una  ficción  cuyo montaje acelerado expone las   variaciones que  combinan tres escenas: París (la retórica del cine), Santiago (la defección de la “patria”) y Formentera (la guerra de Troya).  En este triángulo, opera el relato del padre/padrastro/sustituto que sostiene  la manera en que debe ser entendida la bondad, como un tipo de producción social disponible para perpetuar una sobrevivencia. Me adelanto de manera radical: el último capítulo de “Luz de Invierno” (Catalonia, 2023)  está destinado a comentar una fotografía, que reproduce la imagen del actual presidente Boric, frente a una máquina de escribir mecánica: “La máquina de escribir es la portátil que Augusto Olivares llevaba consigo en sus viajes” (página 172). Una potencia de escritura fija el destino de una imagen, en que un presidente (Boric)  repite  la acción  de registrar al pie de la letra,  en el misma máquina  que fue empleada para consignar  los discursos de otro presidente (Allende), una manera de compartir una misma historia.      


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