PARCHE



Hablé ya, de un trabajo antiguo de Paula Anguita, en que coleccionaba manos pintadas por artistas significativos, en una escena de arte donde la manifestación del castigo a la manualidad se había convertido en un hábito, hasta convertirse en un santo y seña. No dejo de advertir que ya, en el 2010, ese trabajo fue asociado a los trabajos de Morelli, ya inventariados por Ginzburg, en un ensayo sobre el gesto indicativo. Pero un texto que inauguró mi interés por estas cuestiones me fue acercado por mi maestro Jean Lancri a fines de los ochenta, a propósito del gesto indicativo de San Juan en el Retablo de Isenheim, al que ya había hecho alusión Patricio Marchant en “Sobre árboles y madres”, a mediados de los ochenta. Pero me encantó descubrir este viejo trabajo de Paula Anguita y conectarlo con la actualidad de mi interés por los gestos indicativos, porque ella introduce las impresiones recortadas de las manos pintadas en unas botellas de agua, que de inmediato asocié al formol, porque las manos, amputadas (mutiladas de las reproducciones de historia del arte), me eran puestas de relieve por culpa de la mano cortada de Galvarino, que aparece en la pintura de Dávila en Matucana100. Pero al leer mis entregas anteriores, Edgard Neira me molesta haciéndome envío de la imagen de la mano de Galvarino, que se cayó al suelo de mármol en la escultura de José Miguel Blanco (1873). Pero para insistir en la jocosa mención formal, me envía la foto de una mano expresionista impresa en litografía, de Pedro Millar, que me conecta con las manos troqueladas que produce Luz Donoso para la exposición en el claustro de San Francisco, durante la dictadura plena, sobre el derecho a ser persona. Lo significativo es que, para ese propósito, Luz Donoso haya realizado el stencil de una mano en que los dedos están cortados, como sinónimo del silenciamiento de la palabra habilitado por un parche sobre la boca. Zona de acometida que una obra de Mario Fonseca puso en relevancia, exhibiendo la frase “el parche antes de la herida”, como nota al pie que sostiene la disposición de un cuadrado de gasa manchado con yodo junto a un autorretrato del propio Fonseca, que motivó la furia de quienes manejaban la decibilidad del arte chileno. Recomiendo la lectura de la teoría de la pintura que sostengo en un relato de humorismo militar que alude a las pinceladas con yodo aplicadas sobre la garganta de un conscripto, que descansa sobre una cama en la enfermería del regimiento. Eso está en “Textos residuales” y se puede encontrar en el CEDOC - CNA. El texto alusivo se titula “Trabajos de mesa” y es sobre un trabajo de Gonzalo Díaz presentado en 1985 en Galería Bucci. Cosas antiguas. Pero lo que me importa es la aplicación de yodo como operación de pintura curativa del fondo de la garganta, que será un motivo en la exposición de 1989, con el que el artista mencionado leerá el análisis freudiano de “La inyección de Irma”, para declinar “Lonquén 10 años”, como efecto de una interpretación de los sueños que ya nublaban la razón política. Razón que solo se da a “ver” como reverso de la mirada caída en desgracia por la espectacularización de la imagen. Por eso, en su exposición e Patricia Ready, que cierra el día de hoy, Paula Anguita reproduce el gesto inhábil de la retención de una imagen, devolviéndola a su latencia, en la fugacidad de un estallido que, estando impreso, no es accesible a la visión sino mediante un operativo de producción de pérdida, para cuya herida no hay parche que valga.  


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