GARRAS

 


En d21, una escena de caza: en la pintura de Demetrio Reveco la figura del loro produce una perturbación que obliga a pensar en la condición de la caída de los graves, como si el color agregara un peso suplementario a la imagen.  Jo Guilisasti hace fundir en bronce un “halcón maltés” que deposita de espaldas, con las patas crispadas que desafían la gravedad del “rigor mortis”. Esas garras petrificadas provienen, en mi memoria, de la pintura de un gallo que ha sido dejado sobre una página de diario abierta sobre una mesa de cocina oscura, donde todo funciona, para desarmar la escena de caza y convertir el peso de la imagen en un asunto de economía doméstica.  Esta es una pintura de Albino Echeverría, pintor de Concepción, que me da a conocer otro pintor penquista, Edgardo Neira.  Sin embargo, el ave de bronce con las patas engrifadas que Jo Guilisasti  “hace caer de espaldas” me conduce a las pinturas de Zoren Music, en que lo bello es tan solo el comienzo de lo terrible, y que  en los frágiles cadáveres apilados  en sus pinturas de pequeño formato,  reproduce “el gesto de los dedos replegados como la garra de un pájaro”, en que se percibe “algo que se emparenta con la gracia”, como el último homenaje a lo que queda de humano  en estas formas. La cita proviene del estudio que le dedica Jean Clair bajo el título “La barbarie ordinaria”. Quizás este pudiera ser el sub-título de la muestra: “Memento Mori”. Esa gracia que se disimula en el espanto de la imagen fundida, y luego, convertida en “relicario” a través de la porcelana con que reproduce la caída de un paño, que vendría a ser un grave casi sin consistencia, pero que cubre un cubo como si fuera un purificador (paño que cubre el cáliz).  Pero en vez de cáliz, se trata de fijar, bajo el paño, la forma de la “paloma sacra”, cuyo sudario anticipa como fijador de imagen moldeada en relieve, que hace “bulto”. El bronce y la porcelana son materias que provienen de las “artes del fuego”. Entre garras y pliegues de paño encubridor se instalan dos dimensiones de lo humano: la pulsión de “agarrarse a” como testimonio del deseo y la función de semejanza como verdadera institución de las formas. Justamente, Jo Guilisasti parte de la Forma de Reveco para habilitar su propia Contraforma, reunidas en un mismo dispositivo morfogenético, que realiza el ritual de la semejanza dislocada por su doble operación, que por un lado “libera” la matriz (ave en bronce), y por otro lado, la “circunscribe” (el paño purificador dejado caer sobre el relicario, para cubrirlo e impedir su expansión emblemática). Basta con eso. Al menos, por ahora. De un modo análogo, en la galería convertida en caja negra, los muros en los que habitualmente son colgadas otras obras, sostienen la figura de la letra impresa -el texto de Sergio Soto-, como si fueran las páginas de una publicación experimental de poesía, para consignar en el exacto  enunciado museográfico  de Josefina González, el sentido de una obras,  como formas declinadas en su acepción latina, destinadas a expandir la noción de edición. 


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