OJO-DE-CABALLO


He sostenido que “Los colonos” es un filme sobre los aparatos de transporte y de visión. Pero ese es tan solo un eje de análisis posible. Hay otros. El eje de la lengua, por ejemplo. Precedido por el sonido de los resoplidos de los caballos, que ponen en el centro de la imagen, la amenaza. El encuadre de sus cabezas en primerísimo plano pone en evidencia la función del ojo. En Descartes, en la “Dióptrica” interviene el modelo del “ojo de buey” cocido para habilitar una hipótesis sobre la localización de las imágenes en el fondo del ojo. No hay que ir tan lejos. Existió, en Santiago, en 1989, una galería que se llamaba “Ojo de buey”. Allí expusieron varios artistas totémicos en esa coyuntura. Gracias a la analogía del ojo de animal con la cámara oscura, lo que importa para este comentario es la existencia de un instrumento que puede ser construido a partir de un órgano, pero también, que el objeto técnico y el objeto orgánico se modelan el uno al otro.  En el filme, la animalidad y la humanidad se modelan para asegurar una empresa de conquista. El ojo del caballo no es visible sin la manifestación de su resoplido como indicio concentrado de una amenaza. El filme se escribe visualmente como disposición de la amenaza de la regresión a lo “arcaico”, definido como lo que ha habido antes del arribo de la cámara fotográfica y del teodolito. Refleja, además, la escena exterior que no será dada a ver sino como una masacre, precedida por la intervención de la ciencia, en el personaje del Perito Moreno, cuya posición en el filme merece un comentario aparte. El ojo del caballo, por su parte, termina su función en la cámara de cine que registra la ceremonia del té. La caja de imágenes guarda la certificación de la sumisión. Para eso fue traído. La ciencia experimental traslada sus objetos técnicos a la Patagonia para que aprendamos que el ojo humano actúa en unión con el alma.  Ciertamente, el ojo no precede al colono, sino que es la condición de su permanencia, porque puede medir de manera napoleónica -con ojo desnudo- la extensión del territorio. Y de ese modo diseñar un plan de batalla, que contempla el alambrado como sello de la propiedad reticular. Esa imagen de caballo resoplando inflama el análisis, porque obliga a pasar desde la visión hacia la condensación de un sonido no-humano, que precede a un humano que solo se manifiesta en la jerarquía del dominio. Entre el inglés, el texano y el mestizo no hay conversación, sino expresión de un estado de guerra primordial.  El primero es la expresión delegada de la voz de Menéndez. Su presentación es esa:  servidor del nombre. El segundo es otro paria, traído por el propio Menéndez para colaborar con el conocimiento que tiene, no solo de otro exterminio (apache), sino porque sabe algo de las relaciones entre los aborígenes y “otro mundo”, del que se debe tener cuidado. El tercero, mestizo, deja entrever la proveniencia de su lengua disponible y entrega, sin que se lo pidan, una información crucial: ha sido “aprehendido” por los curas y trabaja como peón porque sabe cuál es el sentido de la propiedad del otro. Accede al manejo del discurso católico, para imprimir la condición del “mestizado”, en la piel, en la lengua, en la relación con los “antiguos”. En el guion, el mestizo no tiene valor para disparar a los asesinos y se vuelve, el mismo un asesino, al servicio del delegado-de-Menéndez. Este es un filme sobre los delegados que hacen las cosas a nombre de otros, teniendo como referencia erudita la Misión San José, que fundan los salesianos en la isla Dawson. Los fueguinos son vestidos con ropa occidental, van a misa y acompañan los servicios formando una bandita. De ellos, en el Museo Borgatello de Punta Arenas solo queda un retrato, como el que aparece en el filme, para identificar el objeto de la masacre. Solo que los personajes de la bandita murieron todos de tuberculosis, contagiados a través de la saliva que se pegaba en los instrumentos de viento. Todos, (dis)puestos para la foto. La cámara los hace disponibles para-la-foto. La acción del colono de nuevo tipo, propio de la primera mundialización, ha sido puesta en marcha por la tecnología del registro visual. Nadie podrá quedar indiferente, hoy, ante la palabra Dawson. 


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