LOGOS





Hay dos elementos, en “Los colonos”, que tensionan el relato fílmico: tenemos, por un lado, tres jinetes en tres monturas. Ya he hablado de la función del caballo. Ahora es preciso hacer referencia a los “sujetos”. Escribo la palabra entre comillas para designarlos como parias, en el guion. Son quienes han sido “colocados” en el relato para proporcionar una prueba sobre la naturaleza de su trabajo. En primer lugar, el mestizo es un des/naturalizado, en quien nadie puede confiar. Fue entrenado en el catolicismo por los curas, para no poder rebelarse. En segundo lugar, el texano-mexicano ha sido traído para transferir su experiencia de aniquilador. En tercer lugar, el escocés, solado raso, que se hace pasar por oficial, es un desertor. Es decir, ha tenido que venir al fin del mundo, porque ya no tiene lugar. La aparición de otro británico, jefe de banda, filibustero, solo cumple la función de redoblar el trabajo del primero, que al violar a una mujer selknam, se hace disponible para ser penetrado analmente, porque esa es la única manera civilizada que tiene para reconocer su sumisión en la escala de clases del Imperio. De modo que no es un nuevo personaje, sino la expresión de un doble de si mismo, haciéndose-volar-la-raja. La penetración anal del oficial se revierte en autocastigo identificatorio, que redobla su racismo: la violación de la mujer selknam no satisface las expectativas del tex-mex. Pero la mujer es ofertada al mestizo para constituirlo en la complicidad de la violencia, porque en esto, el guion es ejemplar: el ojo del caballo que presagia una amenaza, prepara la irrupción de la mirada del mestizo que el escocés descubre como la única arma simbólica que lo interpela.  De modo que el guion establece este lazo ejemplar entre el ojo animal y la mirada de un sujeto. Es decir, el mestizo se hace sujeto solo por la mirada, que devuelve al otro la dimensión de su violencia. Pero es solo un momento. Termina tomando té: le han dispuesto un modelo de utilería para probar la existencia de sus “buenas maneras”. Una palabra lleva a la otra. El único momento que en el guion hay referencia a una buena manera es cuando Rosa le hace obsequio a Segundo (que así han llamado al mestizo), del cuchillo de piedra, y pronuncia su nombre en su lengua: “yar”. Sirve para cortar y descamar el pescado.  Lo propio de los pueblos canoeros es el pescado. El tex-mex pone en duda la eficacia del consumo del pescado, porque su trabajo lo pone en contacto con la sangre. La sangre llama a la sangre. Por eso, esas dos imágenes hieren la continuidad del relato. El paria afila el cuchillo para cortar una oreja. Rosa obsequia a Segundo un talismán, que puede convertirse en arma y en utensilio, en objeto de sanación. Lo que crítica europea no podrá ver jamás es este carácter transicional del objeto que naturaliza la cultura y culturiza la naturaleza, condensando el saber que impide concebir el cierre con alambre de púas de la superficie marina. El pez aparece dos veces en el film, ya sea como un atractor de ambigüedad, ya fuera  como vector relacional del Cosmos y del Logos. Este es el segundo elemento que tensiona el guion: la técnica como interfaz de la naturaleza. Este es el privilegio del arte paleolítico, en torno al cual, se organiza el relato sobre la rotura metálica (mecánica) del tiempo histórico.


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