CUENTOS





Hay obras que contadas resultan ser más poderosas que su presencia visual. Hace año, un artista se fascinó con una historia en la que se sostenía que parte del oro nazi había sido fundido y que había sido aleado con otros metales destinados a la fabricación de un modelo de tractor Lanz. Muchos de esas unidades llegaron a Chile después de la Segunda Guerra, siendo adquiridos por descendientes de colonos alemanes del sur. A comienzos de los sesenta, agentes del gobierno alemán federal recorrían los campos, buscando despojos de tractores Lanz. Lo único que les interesaba era los cigüeñales. Buena historia. El “resultado” plástico fueron unas acuarelas en las que aparecía la imagen del mentado tractor. En clave benjaminiana, “el narrador” le ganaba a la “reproductibilidad”. Pero luego, había “otres artistas”,  especialistas en paisajes extremos, en que el cuento-de-obra era diluido por una conferencia sobre “teoría decolonial”. Las imágenes de las fotografías y videos adquirían otro rumbo, no necesariamente en la dirección de la “teoría general”. La obra era puesta  al servicio  de una denuncia de la depredación capitalista y ponía en duda la legitimidad de las ciencias, por su complicidad con el montaje de sistemas de información y vigilancia en los polos. La obra resultaba mucho más enigmática que el discurso explicativo, de marcado carácter apocalíptico. En otros casos, incidentes marcantes de la biografía de un personaje histórico, convertidos en “biografema”,  pasan a adquirir un valor significativo  en el  relatado consignado en una video-entrevista, que por su “resultado plástico”. Es lo que ocurrió con la dinámica fallida de los “desplazamientos del grabado”, en que el relato de los procedimientos de inflación metafórica manifestaban una riqueza plástica abrumadora, que reducía el valor de la propuesta visual que suponía sostener. A tal punto, que emergió en la escena un cierto tipo de “arte del cuento”, en que la plasticidad visual fue sustituida por la plasticidad sonora de su verbalización.   Algo similar ocurre cuando a partir de una película basada en un cuento inspirado en la anécdota de un fotógrafo, artistas  necesitados de diplomas de maestría para poder postular a un cargo docente, o en su defecto,  para ser “corregidos”  por profesores que apenas garantizan un reconocimiento inscriptivo en la escena, cumplen con la ceremonia de subordinación institucional, donde el resultado importa poco, sino tan solo obtener una acreditación por servicios  cumplidos.  Finalmente, suele ocurrir que el relato de experiencias de viaje resulta ser más significativo que la documentación visual de la mencionada experiencia. El punto de significación relevante se localiza en el descubrimiento de zonas (todavía) inexploradas, donde la “performance” consiste, desde ya, en llegar al lugar. Esto ocurre cuando la revalorización de la biografía se inscribe en el trayecto gráfico-corporal  de una nueva utopía de tipo debordiano/carreriana. El extremo de estas operaciones ha sido verificado por la obra de un artista que decide condensar en un patrón geométrico, las derivadas del programa de económico de una dictadura, disponiéndolos como indicios objetuales que nos hacen recordar los “palitos” coloreados del Método Cuisenaire. 


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