PAINE





En el 2000, Leppe realizó la acción inaugural de una gran exposición en el MNBA. Descendió de un taxi Lada, frente a “la caída de Ícaro” de Rebeca Matte e hizo ingreso al museo, gateando. Además de la maleta que arrastraba, llevaba colgado al cuello una pizarra de verdurería con la inscripción en tiza de la frase: “Yo soy mi padre”. Digamos, “yo soy el Verbo (que se engendra a sí mismo)”. Repitamos: Leppe se confronta con la abyección; es decir, con la nada. Eso se verá más tarde, cuando se corone a si mismo, cual emperador-del-arte, que se enfrenta  a quien lo había inscrito en el Vaticano de la crítica, como héroe del ateísmo místico, para disputar, en el terreno de la obra, el lugar del hijo de María-Madre-Mía-Yo-Te-Doy-Mi-Corazón. Su cuerpo es idéntico al Verbo que se auto-inscribe en el camino-de-la-pasión y toma lugar a un costado de la base de una pirámide de pelo. En 1989, en Berlín, había solicitado una pirámide similar. Los productores no pudieron satisfacer su solicitud. No consiguieron en las peluquería una cantidad suficiente. Pero había otro problema. Por más que juntaran pelo, la pirámide no subía. En Santiago, diez años después, resolvimos el problema a la manera de los utileros de un canal de televisión que producía teleseries. Hicimos construir una estructura con malla de gallinero, sobre cuya superficie hicimos distribuir la cantidad nada despreciable de pelo que pudimos conseguir. Chispeza local. Algún malévolo asistente comunicó a periodistas apostados en el camino-de-cruz que la inscripción de la pizarra era “Yo soy de Paine”. Lo cual exitó de sobre maera a los detractores de Leppe, que no supieron leer que la sustitución de la palabra  Padre por Paine,  resolvía igualmente el problema del abandono del “nombre del padre”. Paine es una zona famosa por sus sandías. La sandía es un sinónimo visual de una cabeza agraria, cuyo interior está repleto de alusiones que han sido muy útiles para la representación de lo chileno y de la maternidad, en la pintura de Mario Carreño y de Roser Bru, para no ir más atrás. Pero también, la explosión de una sandía se compara al daño que hace un proyectil cuando percuta y atraviesa una cabeza. El efecto es mayor que el provocado por una decapitación. Esta proximidad entre cabeza y sandía será explotada por Leppe, años más tarde, en el curso de una acción-comentario al inaugurar un certamen de poesía. Entonces, la sandía de Paine cumplía el rol de sustituir en el comentario de mala leche, la densidad de la propia cabeza del Padre, amenazada en su in/nominación por exceso. El procedimiento es simple: se afirma por la contraria. Es decir, se destituye al Padre, para inscribir el Nombre-de-lo-madre, en el resto de frase, que es la f(r)ase como residuo simbólico, en el fragmento afirmativo “Yo soy”, que exige imaginariamente la completación  de  “yo soy El que Soy”. Anula la autoridad paterna haciéndose portador de la difusión de un secreto que adquiere la función de sostener lo sagrado, permitiéndose desplazar un texto que hasta el momento hace el trabajo de infaestructura conceptual, y que exhibe en una de las bienales de Porto Alegre, donde incluye una pintura colonial intervenida con la inscripción en letras doradas: “Mi(ni)sterio de Economía”. Leppe no tiene problema en “vandalizar” huacos precolombinos o pinturas coloniales, a fin de incluirnos como significantes visuales (objetuales) en el en/tramado de sus acciones corporales. La excitación incontrolable de su cuerpo arrastrándose como la última de las hermanitas-de-los-pobres, adopta, en verdad, la posición de un gran intercesor que busca desfallecer en el espacio que abre lo Madre, entre el sueño y  la ilusión. En verdad, Leppe-es-su-madre. Ella, ya dejó de ser ella, y pasó a ser (un poco), él. 


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