CHANCHOS

 





Tiene razón Ariel Florencia Richards cuando en el texto de muro de la exposición de Marcela Correa (Sala Gasco) realiza la crítica de esta historia del arte que se cuenta de manera lineal, ordenada en tiempo continuo. Al presentar las obras de Marcela Correa, Ariel  las concibe en un tiempo comprimido que es el de la simultaneidad de lo no-contemporáneo (Koselleck) y de la sobrevivencia (Warburg). Baste con estas dos menciones de rigor, para introducir  la “política del fantasma” en la historia conceptual de la materia. En la exposición hay un enunciado que separa las cosas que cuelgan, de las cosas que están por los suelos. A su vez, las que cuelgan, se dividen en paquetes blandos y cortezas duras. Los blandos están determinados por la materialidad de los puntos de capitoné, desde donde emerge el llanto materializado de la filiación. Las duras componen la envoltura cuya densidad debe cumplir dos funciones: fijar la dimensión de un vacío y configurar  el soporte de acometida de las saetas. En las historias del arte lineales el San Sebastián está “apoyado” en un árbol o a un poste, que es una metonimia del “madero” de Cristo. Aquí, el cuerpo se arboriza y fabrica su propia disposición, buscando auxilio en la imagen pregnada de la res rembrandtiana. En verdad, en la tradición, los san-sebastianes no cuelgan. Por eso, aquí, deben ser colgados para materializar su extrema humanidad, exhibido como la piel colgante de Marsias. Marcela Correa ha realizado el trabajo de fabricar la simultaneidad de tres referencias iconográficas que apelan al fantasma del desollamiento. A escasos metros, dos objetos desviados de su función plantean la contraparte. Las saetas atraviesan una estructura vaciada: vienen de fuera.  Las cuerdas provienen desde un adentro. La estructura de corteza y el objeto blando cuelgan como si fuesen piezas  en instancia de tormento. Sin embargo, se les ha arrancado toda animación. La condición del paquete acolchado reproduce la informidad de un “bofe” maternizante, que produce un tipo de capilaridad monstruosa  por la que se expresa el  reclamo imperativo  de ser (re)cogido en sus  excesos. Unas cuerdas son rosadas y corresponden al título de “la niña”, mientras otras son celestes y determinan el título del “niño”. A cierta distancia de los objetos que cuelgan, Marcela Correa expone las condiciones de  edificalidad de “lo casa”; a saber,  la mesa y la columna en piedra duradera, que exige el empleo de  utensilios punzantes para obtener su  modificación por sustracción. Sin embargo hay dos advertencias: la mesa no favorece la comensalidad y la columna apenas se sostiene a si misma como la memoria parcial de una ruina. Así son las exposiciones: ensayos complejos de disposición en el espacio. En la sala contigua cambia el régimen objetual, porque ha sido destinada a recibir los ninots de una falla valenciana. Un ninot es una figura polícroma de cartón piedra, con que arma situaciones satíricas. Esta es una tradición catalana que se remonta al sigloXVIII. En la víspera de la festividad de San José (el día 19 de marzo) se encendían pequeñas hogueras para celebrar el día del patrón de los carpinteros. En estas hogueras, los artesanos de la madera quemaban los excedentes y sobras de sus talleres. Aquí regresamos a las primeras frases del texto de Ariel Florencia Richards: “hay obras que proponen una fractura del tiempo predeterminado”, y en ese sentido, estas esculturas no son nuevas, sino, de hecho antiquisimas, y están señaladas como residuo formal de  tecnologías significantes de molduras, para fijar con alambrón el estado de descomposición de la sátira, tanto de los procedimientos de trabajo que le son habituales como de actitudes intelectuales (vuelan  chanchos, llueven sapos) que, desde la materialidad de los objetos se convierten en pensamiento.

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