CAPILLA



Es una broma. Pensé en la Capilla Rotkho. Me he dirigido en cuatro ocasiones a la oficina de Fundación Arquitectura Frágil para ver los dibujos de Eugenio Dittborn. No quería hablar de eso: hay que bajar hacia un espacio de exhibición que bien podría ser considerado como un sepulcro. Preferí pensar en la existencia de una capilla lateral que por un tiempo determinado fue emplazada para acoger una obra específica, que posee un valor particular, porque permite recuperar una frase de Foucault, ya empleada por Dittborn en el reverso de un panfleto que hizo circular el 16 de abril de 1982, que llevaba el título “Leer y escribir”. La frase era la siguiente: “Lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno”.  Es decir, el acontecimiento referido lleva por título “Todas las caras del rostro”. A cuarenta años de distancia, el tiempo de obra ha sido comprimido, para dar paso a un reversivo manifiesto-de-obra. El acontecimiento referido es el de la escritura prealfabética a la que Dittborn regresa como su “escena de origen”, siguiendo la filiación del trazo. En francés hay una palabra que sirve, tanto para designar un telar textil como una operación policial de seguimiento: “filature”. Es una palabra que se me apareció hace mucho tiempo atrás, en los relatos de la Ocupación alemana de Francia. Se decía que tal agente había sido cogido en una red (tela de araña) que le había tendido la Gestapo. Esta operación daría pie a la reproducción de un modelo de persecución, en épocas más recientes. La filiación del trazo apunta a reconstruir aquello que está enmascarado.  Esto me parece significativo de la operatoria dittborniana. En “Leer y escribir” se reproduce la foto-carnet de un niño que escribirá sobre las páginas impresas del diario La Tercera los textos iniciales del silabario hispanoamericano. Debajo de esta imagen, aparece la fotografía fotocopiada de José del Carmen Valenzuela, escribiendo al presidente de la república la solicitud de indulto. El soporte de escritura se ajusta al formato de un tabloide, en el primer caso, y en el segundo se somete a la restricción de una página, probablemente, arrancada a un cuaderno escolar. Lo que me “hiere” (punctum) es que ambos escriben a mano. En “Todas las caras del rostro” el soporte es una tela de 300 x 150 y sostiene la acometida de un trazo que conduce a recomponer una imagen arcaica, de antes de la aparición de la “escritura”, pero que se da ver como una obra encriptada, portadora de los indicios exhibibles que provienen de una excavación. Dittborn se “hace-el-niño” para regresar desde la cara al rostro, como si fueran estadios de un itinerario que progresa, por capas, hasta la configuración de un tipo de enmascaramiento, que es realizado por el propio título, como si fuera una secuencia de palabras puestas en situación de riesgo. En una iglesia antigua, lo confieso, busco las imágenes esculpidas del camino de la cruz, hasta encontrar aquella, en que “una mujer enjuga el rostro de Jesús”. En esta escena aparece reproducida la imagen de un “primitivo” cuya transferencia está facilitada por la humedad (sudor, sangre, escupos). La mujer obtiene un “calco” inexacto de un rostro. En cambio, en estas obras de Dittborn, sobre nilon ripstop de color blanco, este des/calza la idea de traslado, repitiendo con docilidad los elementos residuales del mito y del sacrificio en el arte contemporáneo. Dittborn es una enciclopedia de procedimientos y referencias genealógicas de la anómala escena chilena. En ella podemos encontrar formas de ver lo “grotesco” y lo “horrible” en la materialidad de las tecnologías de representación.  Escribir la palabra primitivo implica designar una vía de acceso a un “arte de la excavación” que Dittborn inaugura en nuestra formación artística. En efecto: la obra me ha permitido pensar en la distinción entre “arcaico”, como el inconsciente de las formaciones cristianas, y lo “primitivo”, como una estrategia discursiva de apropiación del “arte negro” y “oceánico” en la historia de las transferencias en el arte chileno.  


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