JORNADA
Seré fiel al método dittborniano. Releo en internet la reseña del filme de Ettore Scola, “Una jornada particular”, como si fuera una anécdota encontrada de proyección significante. Realizada la mediación, sugiero asociar esta escena al título empleado por Eugenio Dittborn para titular a menos tres de sus abras, de entre 1981 y 1985: “Un día entero de mi vida”. Otra expresión literaria encontrada. Pero no voy a insistir en la trama del filme, sino en una sola imagen. Mayo de 1938. Hitler visita Roma para reunirse con el Primer Ministro Mussolini. La familia de Antonietta (Sofia Loren), un ama de casa con seis hijos y un marido fascista acude al gran evento, mientras ella se queda haciendo, como siempre, las tareas de la casa. Sube a la azotea a colgar las sábanas. Cuando cree que todos sus vecinos han ido al desfile, se encuentra a Gabriele (Marcello Mastroianni), un locutor de radio contrario al fascismo que vive en el edificio de enfrente. Tras una larga conversación, Antonietta descubre que, debido a sus actitudes políticas y su orientación sexual, el periodista ha perdido su trabajo y está a punto de ser deportado a Cerdeña. Los desconocidos, a pesar de pertenecer a mundos opuestos, establecen una relación afectiva muy especial. Pero lo que retengo es la escena de las sábanas colgadas en la azotea, de un modo análogo a como están colgadas las telas de Nylon Repstop en el sub-suelo de la Fundación Arquitectura Frágil. Estas telas retienen diez dibujos de Eugenio Dittborn realizados con carboncillo sobre una pantalla blanca, “arrastrando líneas a golpes de fortuna”. La poética bachelardiana de las azoteas y los subterráneos permite distribuir las variables independientes de esta fenomenología del espacio mortuorio. Me apoyo en un fragmento del texto del propio Dittborn ("Todas las caras del rostro") impreso en la publicación diseñada por Carlos Altamirano. Tomo de un estudio de Didi-Huberman sobre Giacometti, la referencia a la fenomenología del espacio mortuorio, porque menciona un momento de una obra de éste, en que “la visión se estrecha bruscamente y se concentra en la “cabeza de muerto” “. No puedo quedar inmune frente al papel que ha cumplido el “rojo cabeza de muerto” en la obra de Eugenio Dittborn. De este modo, estos dibujos, realizados en riguroso “carboncillo ferroviario”, trae aparejada la memoria técnica del “carbón hirviendo” que “contamina” y “devora la mano que dibuja”. Me conmueve la irrupción de la mano que dibuja después de décadas de retracción y de fomento de la intermediación escritural en el espacio de la pintura. Ahora, entonces, regresa al origen del mito de la hija del alfarero de Corinto, para montar esta “jornada particular”, haciendo de la rostrificación una “tarea doméstica” (como Antonia, en el filme), que consiste en colgar las sábanas, sobre las que serán combinadas “todas las formas de lucha” en la “batalla de la imagen”.
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