FISIONOMÍA






Hay una costumbre universitaria en que después de la lectura de ciertos autores, se comienza a “aplicar” el esquema de análisis, por decir, a todo lo que se les viene por delante. Encuentro el capítulo, ya antiguo, de “Mil mesetas”, en que Deleuze-Guattari escriben sobre la rostridad. Debo entender que debe ser de rigor, entonces, comenzar hablando de los ejes de la significancia y de la subjetividad, para terminar de la máquina de rostridad en Eugenio Dittborn. Esto me hace recordar las viejas prácticas de los marxistas antiguos cuando “aplicaban” la teoría al análisis de la realidad. Todo sigue igual: hay que “aplicar” unas categorñias de análisis como quien comenta un texto sagrado, desde el cual se extraen ciertos elementos que se hacen calzar con lo real. En este caso, la obra de Dittborn, “Todas las caras del rostro”. Otros, en vez de Deleuze-Guattari, acudirán a Levinas. Todo bien. Solo quiero poder hablar de Dittborn, primero, siguiendo los viejos y estúpidos métodos de los icnonógrafos, de los cartógrafos, de los mimeógrafos, de los fisiognómicos y de los grafógrafos. Es como cuando se debe hablar de las huellas y todo buen profesional del rubro parte corriendo a leer Derrida, para “aplicar” lo que se supone debe ser un método infalible. Recuerdo con simpatía a una artista que estaba fascinada con títulos como “Morfología botánica” o “Mal de archivo” y se indignaba si algún colega tenía la iniciativa de emplear algunas de esas palabras para titular una obra. En mi tontera relacional, me fue imposible no conectar los dibujos de Dittborn con las molduras de los “gueules-cassés” que descubrí en el Museo de Historia Militar (Invalides, París) y con algunos retratos de Bacon, de los que tan admirablemente habla Didier Anzieu. Pero el punto de partida es la obra, que se des/aplica y permite remontar en la filiación gráfica hacia las determinaciones de otras obras, pensando más bien en el método Morelli, “pasado por agua” por Ginzburg. Pero caigo en un “paper” sobre la des/figuración en la obra de Pascal Gignard, que podría servir de referencia (en la retaguardia). Pero también, hay un magnífico escrito de Didi-Huberman sobre la encarnación, en Tertuliano. Podríamos decir, incluso, que hay una política de representación de la carne, en las dos imágenes claves del “vía crucis”, que son el paño de la Verónica y el Santo Sudario. No abandonamos el campo neotestamentario. Recuerdo, también, a alguien de revista Artishock, desautorizándome con sarcasmo porque hacía una simple observación, que vuelvo a repetir: es extraño que en su deseo de materialismo analítico, las obras más significativas del arte chileno contemporáneo recurran al diagrama de la Sagrada Familia. Al final de cuentas, cualquier reflexión sobre el rostro remite, necesariamente, a la Santa Faz. Pero de seguro, me van a lanzar algunas referencias de Jean-Luc Nancy y de Agamben para que haga calzar el comentario sobre las diversas caras del rostro. ¿Con qué cara? De frente a la historia. Para des/figurar las referencias diferenciales. Entonces, habrá que “caer” en la depresión de la lectura de Jean Clair y todas esas magníficas variaciones sobre las máscaras. Pero, de verdad, cuando en el l´Orangerie, en una vitrina, me ponen una máscara dogon junto a un retrato de Modigliani, pienso que es un acto de perversión significante, tanto, para hablar de los primitivismos y de las vanguardias. Porque en esa lógica relacional, me detengo en el rostro pintado por Zoren Music que se encuentra en la colección del Museo de la Solidaridad, y que, a mi juicio, es la obra más importante que tienen. Es un cuadro pequeño, en que pinta lo inerte, lo indiferenciado, lo inanimado. Pero eso, es porque el campo de concentración (lager) era el lugar de los no-rostros, de esas cabezas sin mirada y de esos cuerpos reducidos a sarmientos, a leña menuda. Entonces Music, de manera obstinada, activa día tras día, la repetición del rostro, para tomar cuidado de lo que está destinado a ser visto y distinguido, y cuyo trazo surge de lo informe, como tarea cotidiana del dibujo. Pero esto es Jean Clair quien lo dice. Solo copio la referencia, por deferencia: “En este lugar entregado a la heteronomía de aquello que ya no tiene rostro, Music proporciona la regla de los trazos, que es esta norma de lo viviente que se nombra tan justamente como “fisionomía” “(Jean Clair, La barbarie ordinaria, Zoren Music en Dachau). 


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