ANTOLOGÍA
El viernes pasado fue enterrado en el Parque del Recuerdo, Alberto Jerez, un grande de la época anterior. Asistí porque era un conocido de mi padre, desde cuando Alberto Jerez era diputado por la zona del carbón. En los pulcros discursos de despedida, Pedro Felipe Ramírez hizo una semblanza de su antiguo compañero de partido y leyó un saludo enviado por Luis Maira, que no podía asistir por razones de salud. En este saludo, Maira se refirió a los mineros de Lota y Schwager, con quienes Alberto Jerez tenía una relación de representación, que, a su juicio, era ejemplar. No era común constatar la existencia de una articulación entre un parlamentario y la fuerza social en cuyo nombre ocupaba un escaño. También hablaron dirigentes del PDC y la Izquierda Cristiana. No hubo ningún MAPU. Esta ausencia fue decisiva. Alberto Jerez era de una época anterior. El MAPU es de una época posterior. Prácticamente, no tuvo vida parlamentaria. Eso les hizo la diferencia, poniéndolos fuera de la deferencia. Pude divisar a Bosco Parra, a quien yo le atribuía la autoría exclusiva del documento “La vía no capitalista de desarrollo”. No era efectivo. El Consejo Nacional del Partido, con fecha de mayo de 1967 y en cumplimiento del mandato de la Junta Nacional, designó la Comisión que debía elaborar un informe para que el Partido y el Gobierno concertaran su acción en los próximos tres años. Entonces, esos eran los años en los que se terminaba la época anterior, de la que Alberto Jerez era uno de sus grandes hombres. Al mencionarle el título del informe, Bosco Parra agregó una frase, como si fuera la continuación de mi propio pensamiento. Me dijo que habría que hacer una antología de escritores olvidados. Pensé que me hablaba de sí mismo. De tantos otros. Pero en el supuesto de haberse incluido, lo hizo en el terreno literario, dando a entender que el Informe en cuestión, sobre una vía no-capitalista de desarrollo, era una ficción que merecía estar en una antología de escritores -efectivamente- olvidados. Habría que poner en ella ese cuento de Alfonso Alcalde donde unos payasos resuelven sacrificar al león del circo que les había correspondido luego de la liquidación de éste, y convertirlo en carnada para pescar congrio negro. Recordé que estaba en “El auriga Tristán Cardenilla y otros cuentos”, por decir algo. Además, habría que incorporar ese otro cuento, de Cassigoli, en el que dos niños muertos de hambre deciden participar en un concurso en el Kennel Club para ganar el premio. Lo hacen y lo ganan. Pero luego se los quitan, porque el jurado se da cuenta que eran unos niños que se habían disfrazado de perro. No pude dejar de asociar este cuento con la obra de Osvaldo Dragún, "La historia del hombre que se convirtió en perro", que montó Carlos Flores del Pino con un grupo de estuydiasntes de la EAC, en el patio de una vivienda en la Población Villa O´Higgins, en 1969. Al dejar el Parque del Recuerdo, intenté resolver el enigma que me acababa de plantear Bosco Parra, de si era posible analizar el Informe a la Junta Nacional a partir del diagrama del cuento de Alfonso Alcalde, o si debía pensar en el presente de la política de acuerdo a la fábula de los niños del cuento de Cassigoli. Tanto en uno como en otro caso, el invariante era el hambre, la carencia alimentaria, mediante la cual Bosco Parra, de manera elusiva, me incitaba a no quedar atrapado en las palabras y tomar en cuenta una consideración que está planteada en uno de sus últimos trabajos: “La discrepancia radical y las experiencias que la materializan implica también un rechazo ascético a la cultura del derroche. Ascesis significa aquí la decisión consciente de ir buscando lo que resulte necesario para bien vivir, de manera de no demandar excesos intolerables para la justicia social, la vida de la especie y reproducción y equilibrio de la naturaleza” (Bosco Parra, “La política de la discrepancia radical” (Polis [En línea], 1 | 2001)
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