TRIPA




Hacer de tripas corazón, en pintura. Esa fue la tarea que se impuso Roberto Noboa (Guayaquil) cuando pintó este cuadro en 1995. Lo primero fue exponer  -con ostentación- el cuello de una gallina, que sirve, a su vez, para proporcionar el título. Es lo que se llama   “devenir-tripa” del cogote, porque hace manifiesto  un sacrificio al aguantar el disgusto de ser pintor y sobreponerse a dicha adversidad. Lo cual significa entender la pintura como una práctica ad/versa. Lo segundo fue delimitar un campo en cuyo interior  la tripa-cogote ejecuta  la figura de regresar sobre si misma, para forzar su propio autocastigo. La gallina ocupa el lugar del pintor, mediante una operación  que denominaré  Función Prometeo, porque tiene el propósito de encubrir el acto de rapiña, dejando las entrañas abiertas, disponibles para la lectura oracular a la que estamos obligados. Lo cual supone atribuir a Roberto Noboa el “crimen” de haber entregado a su escena artística, un saber impropio del que la comunidad no desea estar enterada. ¿No es acaso, este, un rol que se le ha imputado como reverso de la preocupación por la ilustración de una política? ¿De qué naturaleza es ese saber? La pintura esboza su existencia amenazante, pero no se aplica en definir su carácter. Lo tercero fue pintar un fondo, para homologar el trabajo de desplumar la presa. Aquí, la pintura depone la materia en proporción inversa a lo que extrae, para cubrir la superficie ya cargada  del soporte.  Porque se trata, sin duda, de una naturaleza muerta, que pone el énfasis en la representación de la carne desollada. Lo cuarto fue concebir el espacio del cuadro como un espacio de sacrificio de la visualidad que le proporciona al espacio un aspecto de inquietante inhumanidad. En eso consiste la faena de la pintura, a la que se debe desplumar para hacerla apta al consumo doméstico. Ay, señora, mi vecina, se me murió la gallina (N. Guillén). El corral ha quedado de duelo. ¿A quien favorece la metáfora? Ciertamente, no al deseo de encarnación. Aquí no hay piel. No hay capa defensiva. El color estalla y funda una desesperación especulativa en una gama restringida que se emparenta con una pintura de Gracia Barrios (Santiago de Chile) realizada en 1963, “Homenaje a Julián Grimau”. El tratamiento del blanco los hace estar en una misma temporalidad. En algún lugar, Agamben escribe que el tiempo de producción de una obra no coincide necesariamente con el tiempo de su legibilidad. Puedo leer a Noboa desde Gracia Barrios, porque sus pinturas convierten el fondo en objeto de primera visión, impedido en su quinta tarea que consiste en feminizar el color de la fisura, de la herida por la que se accede al intersticio, que consiste en sostener entre-dos, entre aire y sangre, la condición de aparición de un impalpable de cuerpo que acosa  la pintura de Noboa,  obrada por el torrente de rojo y ocre que domina la representación, no de un gallinero, sino de una gallera, que activa la rabia de ver.


(La pintura de Roberto Noboa se podrá apreciar en la exposición “Un metro del Ecuador”, que reúne obras de los artistas ecuatorianos de la colección privada Giaconi Raad, bajo la curaduría de Rodolfo Kronfle Chambers, cuya inauguración tendrá lugar el sábado 30 de septiembre desde las 12hrs en IL POSTO, Espoz 3150, piso -1, Santiago).


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