Es probable que haya sido el festival chileno-francés de videoarte de 1985. No aparece la fecha en la ficha junto al monitor en que se puede ver el video de Juan Enrique Forch, “Papá te habla desde lejos”. ¿Habrá sido en 1987? No tengo como hacer la verificación. De seguro se podrá encontrar en los catálogos que suelen ser presentados en vitrinas alusivas en exposiciones que insisten en convertir el festival en un mito. Eso, siempre fue un fraude francés, del que supimos sacar algún provecho. Lo importante, aquí, es el video de Forch. Subió con una cámara a una micro y tomo lugar en la corrida de asientos del lado izquierdo enfocando hacia las ventanillas. De este modo, el encuadre de la toma quedaba reproducido, redoblado, por el segundo encuadre de las ventanas, en cuyo plano se distribuían las imágenes del exterior. La micro se había convertido en el soporte de un largo plano-secuencia, que permitía registrar la movilidad de la calle como correlato de lo real de un despegue. Claro. Lo que había estado pegado, en el orden de la filiación, ahora estaba des/pegado. El video era una prueba, ya que sus imágenes estaban montadas sobre una banda sonora especial que era objeto de interés para dos amigos de Forch, que asistieron a la muestra en Galería 3.14. Estos eran Eugenio Dittborn y Carlos Flores del Pino. El des/pegue supone un artificio propio de la escena plástica y se verifica en las relaciones de collage y dé/collage, como debate tecnológico que define las coordenadas entre 1980-1987. En este caso, el des/pegue del sonoro y de la imagen, generando una materia que da cuenta de un exilio tecnológico. El casete de audio consigna el registro de voz de un hombre que le “escribe” una carta a su mujer, que realiza un viaje a Chile, acompañada de su hijo. Exilada, se entiende, ha podido ingresar al país después de años. El marido le habla y le da instrucciones de cómo debe llegar, pero le filtra el relato de su desazón porque ha sido despegado de “la patrona”. Luego, le anuncia que un joven exilado amigo de ellos se ha quitado la vida, porque no ha podido soportar el des/apego. En el fondo, el hombre le dice a su mujer que él no es ningún des/pegado, porque la tiene a ella, y le cuenta que ya ha pagado las cuentas de la luz y del agua, y que ha regresado a su casa, para hacerse una carne con arroz. Todo eso, mientras la cámara registra el trayecto de la micro. Dittborn, Flores, Forch, saben de qué está hecha la materia visual y sonora de ese discurso, porque trabajaban sobre ese intercambio de casetes, que se podían transportar en un bolsillo, trasladando, al menos, el “grano invisible de la voz”. Porque el grano visible, Dittborn lo imprimía, mientras Flores lo expandía como relato de un descalce, operando en las mermas de transferencia, con “el Charles Bronson chileno”. La merma, siendo la unidad mínima de una medida simbólica del descalce sobre cuya dimensión todos ellos trabajaban. De ahí, la mirada sobre el vice campeonismo, siendo éste, un modelo analítico “de pacotilla” que precede a toda reconstrucción de las transferencias de información en la escena visual chilena. No deja de ser. El encuadre del interior de la micro me hizo recordar una gran escena de interior de micro chilena en el cine mundial. La cámara de Costa Gavras registra la sucesión de encuentros que tiene lugar en una micro, convertida en oficina clandestina rodante, del grupo de guerrilleros urbanos que votan por la condena a muerte del agente de la CIA, Dan Mitrione. Es una toma nocturna, de modo que no se percibe “el afuera” a través de la ventana. Todo queda consignado hacia “adentro”. El filme se llamaba “Estado de sitio”. El traspaso de información es corto. Basta una sola palabra para el propósito. Esto contrasta -quince años después- con el relato del exilado que no puede ingresar al país, y que, sin embargo, hace que al menos, sea su voz la que ocupe el sitio, en el estado de la reconstrucción.
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