INAPROPIADO
En 1971, unos compañeros que militaban en el frente universitario, que en el contexto de la lucha de clases era un espacio completamente de segunda, ya que estaba alejado del lugar de enfrentamiento fundamental, en el terreno de la producción real del área social y del trabajo de masas, me ponían en la posición del inapropiado. En estos días, la lectura tardía de Milan Kundera me puso frente a esta palabra y me pregunté qué me hubiera ocurrido si hubiese leído “La broma” en esa época. La única relación que había tenido con la cultura checoeslovaca era el filme de Jiri Menzel “Trenes rigurosamente vigilados”, realizado en 1966, pero que fue proyectado en alguna sala santiaguina, probablemente en 1969. La única aproximación a los trenes que en la historia era “El tren de la victoria”, el documental de Joris Ivens realizado en 1964 sobre la campaña electoral de Salvador Allende. Esa iniciativa ya había sido llevada a cabo durante la campaña de 1958. No conocía, en ese entonces, las imágenes del tren de Trotsky. Pero si, la amenaza que se cernía sobre nosotros, en cuanto a bajarse del tren de la historia. En 1971, mis compañeros pensaban que me tenían una cierta simpatía y que, llegado el momento, me conseguirían ser enviado a un campo de reeducación política de régimen más blando. Eran las bromas que se hacían respecto de las personas inapropiadas que leían unos textos míticos sobre la dialéctica partido-masas en la teoría china, obliterando toda información sobre el precio que dicha dialéctica había hecho pagar a los intelectuales chinos durante la revolución cultural proletaria. Pero no había de qué temer. En Chile no había intelectuales, sino solo buenos profesionales de las ciencias sociales. No lo inventé. Lo escribió Enzo Faletto en 1991, en un policopiado publicado por Flacso, bajo el título “¿Y qué pasó con Gramsci?”. Era el momento en que los profesionales de las ciencias sociales ingresaron al gobierno de Aylwin, y en la medida de lo posible, se convirtieron en profesionales de una Transición interminada e interminable. La teoría china era complementariamente inapropiada en la perspectiva de las enseñanzas del leninismo y el triunfo popular, cuyas tesis escritas por Carlos Cerda circulaban como material de educación y control discursivo bajo el sello de Quimantú, para contrarrestar la edición de “Historia de la revolución rusa” de Trotsky. Aunque no recuerdo qué publicación fue primero, en esos días que estremecieron al mundo de las letras chilenas, cuando Carlos Orellana publicaba los rudimentos de lo que debía ser la apropiada política cultural del gobierno, puesta en tensión por los trabajadores de la industria editorial que buscaban señalar un rumbo, subiéndose a un carro del que estaban a punto de ser bajados a patadas. Al fin y al cabo, había que defender unos recursos laborales, antes de abordar la creación literaria, que debía poner en el centro de sus preocupaciones, al “hombre nuevo”, pero en un sentido diferente a lo que Enrique Lihn señalaba en sus escritos, cuando debía defenderse de la persecución de los apropiados de la historia. Es decir, que se habían apropiado de la interpretabilidad de la historia, en los textos. Porque, al fin y al cabo, era una disputa sobre la legitimidad de la titularidad en el movimiento de la fase, puestas en escena por dos obras claves, escritas en ese momento: “Batman en Chile” de Enrique Lihn (Ediciones La Flor) y “Moros en la costa” de Ariel Dorfman (Sudamericana). Lo curioso es que estas dos obras fueron publicadas en Buenos Aires, en el curso de 1973. No había soporte para haberlo hecho en Chile. Soporte, digo, de soportar. En el sentido que eran obras “insoportables”. Vale decir: inapropiadas.
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