FAENA

 




¿Qué importancia puede tener, hablar de las conexiones entre Téllez, las xilógrafas y Gumucio? Lo único que las conecta es el interés que tengo en trabajar sobre las nociones de “descripción”, como subordinadas de la “inscripción” esperable. El juego distintivo entre ambas palabras puestas entre comillas conduce a las condiciones de la primera, como ausencia de tinta en las pinturas de Gumucio. Todas están realizadas con un empaste que pacta sus defectos constructivos, generando un espacio pictórico en el que la escena se fija como deposición del deseo, en el tapiz que hace de “bajada de cama” de la representación, que estaba dormida.  Igual, requiere de un encuadre bajo los pies, que sea susceptible de ser ex/puesto sobre el muro, mediante un ejercicio de des/localización.  La cama proporciona las condiciones de fijación de la imagen. Esta materia no se despega fácilmente. No ocurre como en las pinturas de Annelise Wolf,  en que el color depuesto apenas sostiene la imagen. Todo parece que se va a descascarar por el solo hecho de mirar la pintura. En cambio, en Gumucio es necesaria una cierta ceguera para consolidar el conjunto. Todo en él, debe ser removido con piedra pómez. Téllez, por su parte, hace operar el mordiente y maneja el escurrimiento de las viscosidades. La mecánica del grabado reproduce en forma alterada la mecánica del cuerpo. Todo eso lo traslada hacia la manufactura de pinturas en que domina la humedad y la ceniza. Aceite, agua y basura quemada como una materia cuasi fraguada como soporte. El universo del betún y del asfalto domina sobre una visualidad de la decepción que se pone a generar una escena figurada que produce una ilusión resonante. ¿Y que es una resonancia? Jean-Marie Touratier, en “La bella decepción de la mirada”, la define como “la organización de un cierto número de saberes y de actos por y para los cuáles se estructura y se realiza la obra; que es aquello por lo cual se reconoce como obra de arte, y no por como cualquier tipo de aplicación plástica”. Esto vale para todas las obras consideradas en estas entregas.  La resonancia es una ausencia de punto fijo, de lugar único, una multiplicidad en la circulación de las miradas en el seno de una in/certidumbre.  No aparece todo lo que “está dado a ver”, porque existe un acarreo de sentido que se localiza más allá de lo que se ve. De este modo, estas obras desmontan la idea de la pintura (o el grabado) como una “ventana abierta al mundo”, y afirman la práctica de la materia y del color como el lugar donde “ocurre la faena” de la pintura. Parece que estuviera repitiendo las cuestiones de siempre. Hablar de la “faena de pintura” implica proporcionarle una dimensión “edificatoria” en que la pintura se verifica como un “pensamiento materializado”. El arte no solicita la sola concurrencia de la mirada. Esto viene a ser una recomendación de un curso de escuela, en que nadie pone atención a estas palabras, porque la pintura es realizada por un sujeto que posee la conciencia de elaborar un saber que se ubica delante, detrás, alrededor de una tela, pero también, se trata de un saber que trabaja con el olvido, ironizando la desilusión del mundo de las apariencias, más allá de las formas de aparecer. En este sentido, no es el ojo el que piensa, sino la materia, y no precisamente por exceso. Es lo que hace Gumucio, suspendiendo el sentido al especular con la fijación de lo inacabado. La obra se prolonga en otro lugar; pero no hay que ir muy lejos, sino perseverar en los espacios literalmente faltantes que son aquellos donde se “termina” la obra. Terminar, en la pequeña melancolía que denota la (verdadera) faena de la pintura.  


Comentarios

  1. ANELYS.. que belleza de frase: el color depuesto apenas sotiene la imagen en la visualidad de la decepción.

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