CONVENIOS
El martes 11 de abril tuvo lugar un encuentro en el CEP para hablar de la obra de Hamilton, “El Ladrillo”. Pero no se habló de su obra. Muy poco. Cosas generales. Se habló, en singular, del “ladrillo”, como se denomina en la jerga al libro que (con)signa el deseo manifiesto del programa de reconstrucción de la economía chilena escrito por los “Chicago Boys”. Sofía Correa habló de manera brillante, de las condiciones de escritura del texto, que incluye el discurso de posteridad. Respecto de esto, señaló lo que a juicio de muchos resulta clave: ¿era posible implementar el programa del “ladrillo” sin recurrir al Terror? Es decir, “ladrillo” y Terror serían consustanciales. Lo cual lleva a pensar en los 50 años “hacia atrás”, cuando el texto se hizo necesario para un grupo que deseaba refundar el escenario productivo, careciendo de fuerza política para ser implementado. Pero esto lleva a traspasar la frontera de la ucronía. ¿Qué hubiese ocurrido si la democracia cristiana no hubiese votado por Allende en 1970? Se sabe que lo hizo firmar un Estatuto de Garantías, que éste, como lo señaló de inmediato en la conversación con Regis Debray, confiesa que solo lo hizo por motivos tácticos. Pero lo hicieron firmar porque sabían que no estaba en condiciones de mantener su palabra. Más ucrónico resulta el pensamiento de muchos, que en la fase final de la UP abrigan la hipótesis según la cual Allende, para obtener una mayoría consistente debía romper la UP, combatir a la extrema izquierda y a la extrema derecha y atraer a una parte del PDC; pero como fue escrito más tarde, no era posible, porque “no existían condiciones subjetivas” para ello. Allende -entonces- habría sido dominado por su deseo de revolución que lo habría conducido a ese famoso “empate catastrófico de fuerzas” que habilitó la instalación del Terror. El modo como un texto es escrito y se convierte en plan de navegación presenta complejidades cuyo abordaje es lo propio del trabajo de historia. ¿Cuál hubiese sido el “ladrillo” de Allende? ¿Lo tuvo? No era necesario. El “ladrillo” posee la connotación de ilegibilidad. El texto de Allende era demasiado legible, porque era un demócrata. Otros, en oficinas lejanas, leyeron su texto y produjeron un tipo de comentario que tendría efectos internos muy significativos. Habrá que dimensionar el alcance de las adversas “dimensiones subjetivas” de 1973. Habrá que visionar un extracto del filme de Mattelart/Marker, “La espiral” (1976), en que aparece Eduardo Frei Montalva declarando que Allende se estaba poniendo fuera de la Constitución, escogiendo al jesuita de su conveniencia. Al comienzo de su gobierno, el jesuita de servicio fue el padre Vekemans, y en 1973 el jesuita del momento fue el padre Mariana. Sofía Correa pronunció el nombre de Vekemans en su ponencia y nombró dos palabras de las que no se habla hoy día: Promoción Popular. Vekemans llegó a Chile en 1957, en el mismo momento en que comienza a gestarse el convenio de la PUC con Chicago. Vekemans llega para “fundar” la sociología en la misma universidad. ¡Qué curioso! Ambas “ciencias sociales” se disputan el poder académico-político para escribir su propio “ladrillo”. (En el supuesto que la economía fuera una ciencia social). Sofía Correa mencionó en su ponencia las dificultosas relaciones entre la escuela de economía y el movimiento de reforma universitaria. Vekemans inventó la “teoría de la marginalidad” y fundó varios centros anti-marxistas donde promovía intensas reformas sociales preventivas. Escribió mucho sobre eso y fue un factor de unificación discursiva que operó durante el ascenso de Frei Montalva. Hago alusión al número especial de revista “Mensaje” (1963) estructurado en torno a la pregunta “¿Reforma o Revolución?”. ¿No podría ser considerado como un “ladrillo” análogo y anticipativo? Fue leído por los “chicos de Chicago”. Un “ladrillo” responde a otro “ladrillo”. Ambos son objetos pesados y revelan la dificultad de su lectura. Todo comienza con un convenio universitario, en una misma universidad, diez años antes que el efecto vekemansiano se plasmara en la toma de la Universidad Católica, el 11 de agosto de 1967. En marzo de ese año, la revista “Punto Final” había publicado una obra que va a devenir canónica (¿otro “ladrillo”?). Se trataba de “¿Revolución en la revolución?”, del autor que ya he mencionado y que le va a señalar a Allende cuáles son sus límites. Sin embargo, ese texto carecía de espesor; no era posible “extraer” de allí una “teoría de la guerra”, en forma. Eran apenas 16 páginas. No daba. Se le puede encontrar en www.punto-final.org. Es de lo más interesante. Marca, de modo paradojal, la terminación del discurso vekemansiano. Los jóvenes que tomaron la universidad disolvieron sus “convenios implícitos” con Lovaina y el Instituto Católico de París, para construir otro andamiaje, que suponía una subordinación tardía a otro “ladrillo”, que pasará a llamarse Ciencia de la Coyuntura.
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