PETITE-MORT
Los títulos de una exposición no ayudan a delimitar el problema que esta plantea. Siempre, se trata de problemas de pintura. ¿Qué podría ser un problema, en pintura, hoy? Cuestionar el espacio pictórico significa evaluarlo, medirlo, ponerlo a prueba. Evaluar la pintura local, comparando prácticas que disuelven el campo limitado del cuadro, después de décadas de demolición formal. Medir las distancias hacia el interior del cuadro para limitar las expansiones y controlar los desbordes que se convirtieron en academia. Ya no se trata de seguir al pie de la letra la insubordinación de los signos, sino de leer de manera sintomática el ajuste de cuentas con la técnica y el trabajo del color-materia. Poner a prueba la teatralidad interna de las escenas, redefiniendo los modos de “estar en casa”. Ya se sabe que me refiero al “deseo de casa” del arte chileno. En esto consiste el campo de problemas que el trabajo de Ignacio Gumucio plantea a la pintura, en los modos en que ésta produce lo visible. El campo define las coordenadas que fijan o desestabilizan la imagen, desde la distribución de la materia y de los efectos de conocimiento que esta involucra, poniendo en pie una estrategia figurativa en que la deformación razonable guarda todo su caudal de transgresión retenida. De ahí que se pueda hablar de “imágenes pacientes”, importando poco saber cuál es su proveniencia (internet, revistas, aparato fotográfico, álbumes familiares). Se llaman “imágenes pacientes” porque son construidas en un tiempo largo, que obliga a poner atención en la elaboración diurna de una economía simple de las imágenes (que se sustrae a la velocidad del supermercado de las imágenes, como lo ha denominado Peter Szendy). La “imagen paciente” es solitaria, manual (atenta a la perturbación psicomotora), atenta a los detalles, a las configuraciones lentas, por las que se busca una vía de emancipación, entre lo real, la ficción y la fantasmagoría. Este será, de hecho, el triángulo desde el que estableceré los comentarios sobre la exposición de Ignacio Gumucio, en d21, bajo el complejo y no menos sugerente título de “Dormir de día”. No puedo sino declarar cuáles son mis fuentes. A saber: el texto de Alain Berland, en la revista “Pratiques picturales” (https://pratiques-picturales.net/article48.html). El título hace que la atención sea puesta en otro lugar. Esa es la ley: deslocalizar la mirada. Desviar el acceso al soporte y al medio, que es donde se define el efecto de un título. Dormir de día: soñar despierto. Si acaso. Dormir es una forma de decir “morir”, como si la práctica de la pintura habilitara la “petite-mort”, como un corto estado de melancolía que ocurre luego de un orgasmo. Es decir, todas las escenas están signadas por un “ya fue” (algo que ya tuvo lugar); es decir, que éstas se organizan como una “instancia de duelo”. Regreso a lo mismo: mi fascinación por el texto de Edgar Morin, “pintura y sepultación”, en “El paradigma perdido”.
Comentarios
Publicar un comentario