EXPEDICIÓN





En la presentación de “Trabajos de campo”, hace unos sábados atrás,  se hizo hincapié en el valor de una publicación de fines de los setenta: “Expedición a Chile”. Incluirla en la exposición, como archivo editorial, demuestra que mi hipótesis de trabajo es correcta: hay prácticas sociales cuyos efectos estéticos son de mayor densidad que muchas producciones de arte contemporáneo oficial. Si bien se ha convertido en un hábito exhibir archivos, en esta ocasión el gesto curatorial recompone los términos de una historia,  en que solo en el marco de una exhibición de arte contemporáneo es posible recuperar su valor simbólico, digamos, colectivo. De otro modo, pasan a formar parte de un capítulo más de la historia editorial chilena. En efecto, su exhibición pone el dedo en la llaga en las reflexiones sobre Naturaleza y Cultura, porque señalan cuanto se ha avanzado en Chile, en términos de protección de la biodiversidad.  Solo que tenía un costo. Ser el síntoma de un quiebre simbólico mayor. La edición estuvo a cargo de la editora que reemplazó a Quimantú. Pero hay que precisar que lo hizo en el período de su hundimiento como empresa. La Editora Gabriela Mistral fue puesta en venta a comienzos de los ochenta.  Su modelo de negocios, al parecer, era inviable. Alcancé a recorrer los espacios, con las máquinas detenidas en el momento en que imprimían una revista de variedades.  La industria de la impresión se había disparado y Chile dejó de ser un país de “edición”, valga la redundancia, para convertirse solo en una buena y eficiente plaza imprentera. El proyecto de “Expedición a Chile” fue cancelado por el éxito de la apertura de la economía, que significó la disolución del nacionalismo inicial del régimen militar. En algún lugar, el integrismo católico terminó por afectar la economía (Risas). Sin embargo, en la primera fase de su instalación, “Expedición a Chile” fue el síntoma de un giro que Daniela Mahana recupera en su texto de presentación y que se conecta con la discusión sobre el estatuto de lo natural en el debate de ese entonces (1976) y el combate de hoy (2023). Me refiero a que su edición debe desplazar un “exceso de cultura”, que caracterizaría al régimen derrocado. La democracia habría sido aquejada por un tipo de desborde político que no habría tomado en consideración las limitaciones del andamiaje económico de la república. Dicho de otro modo: demasiada cultura y poca economía. De ahí, “nuestra inferioridad económica” (Encina).  Había que reponer el eje en la economía, renovando el valor de la naturaleza, la que habría sido postergada por este exceso de cultura. De este modo, la edición de” Expedición a Chile”, más allá de su voluntad difusiva y educativa, habría sido una revancha ideológica. El exceso de cultura (política) había distorsionado la percepción de la democracia, y por lo tanto, había que regresar al origen desestimado de la “loca geografía” para volver a recuperar su efecto fisiognómico. ¡Genial! Una “expedición” a Chile permitiría borrar las humillaciones políticas (reforma agraria) mediante la producción de un conocimiento de aquello que, se supone, está por debajo de las determinaciones sociales: la naturaleza. Esto se llamaría “regreso a lo reprimido”b. El resultado, con los años, habrá sido la recuperación de una “cultura de la naturaleza”, que se ha convertido en política de Estado, al   reconocer -dentro de todo- que la diversidad biológica es un patrimonio. Pero es curioso: quienes han tomado la iniciativa han sido entidades privadas.  Esta no era una conciencia instalada en la coyuntura de 1976. La editora Gabriela Mistral “se ve mandatada” por una voluntad política que reproduce el gesto portaliano del Estado chileno que solicita a Claudio Gay una historia física de Chile. En 1973, la editora asume la iniciativa “empresarial” de reproducir un gesto análogo, para resituar el valor de una historia física que habría sido desestimada por un exceso de historia cultural. Esta reflexión no hubiese sido posible si no se hubiese exhibido el archivo de” Expedición a Chile” en “Trabajos de campo”, como síntoma de una política de restauración, cuyos efectos superan los objetivos iniciales, modificando el estatuto de la propia acción restauradora, porque se trataba, en concreto, de la recuperación de una perdida imagen ficticia de Chile, ya prefigurada por Francisco Encina y Benjamin  Subercaseaux.   


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