FUENTES




En lo que historia de la segunda guerra mundial se refiere, hay historiadores que sostienen que después de 1988, todo lo que se había escrito sobre este conflicto, habría que botarlo a la basura. La apertura de los archivos en la ex URSS habría modificado drásticamente la situación. El acceso a documentos del Ejército Rojo hizo posible investigar aspectos de la guerra en el Frente del Este que han obligado a revisar algunas conclusiones. El acceso a los archivos duró poco tiempo. Esto me ha hecho pensar en el acceso a los archivos del arte chileno. A los archivos chilenos, del arte. Pese a la existencia de centros de documentación, no es mucho lo que hemos avanzado en cuanto a “fuentes primeras”. Lo que se ha acopiado, ha sido, una gran cantidad de catálogos, en virtud de un aumento exponencial de la capacidad de impresión; lo que no se verifica en aumento de la calidad de los textos. Tratándose de “fuentes primarias”, las familias de los artistas no han contribuido a la consolidación de los archivos. Suele ocurrir que muchos artistas de renombre no guardan documentos. También, artistas de no tanto renombre, guardan todo. Sus familias entregan los documentos a instituciones de archivo y documentación, generando una gran diferencia lagunar; es decir, hay mucho documento de artistas de segunda línea, y poco documento de artistas de primera línea. Ahora, la primera y la segunda línea serán determinadas por el peso de grupos decisorios, que operaron en momentos determinados de la historia reciente. Es así como podemos acceder a muchos documentos de artistas de segunda y tercera línea, provocando una inflación de información subordinada sobre momentos significativos en la historia del arte. Pienso en el caso de algunos artistas importantes de los años ochenta, que no han dejado ninguna “basurita gráfica” que pudiera servir para la reconstrucción de su “biografía artística”; es decir, la historia de cómo produjo algunas de sus obras. Acostumbrados a recusar el estatuto de autoría, por una lectura medio-apurona de algunos estructuralistas franceses, no tomaron la iniciativa para preservar los indicios de su formación o de sus comienzos de carrera. Algunos de ellos, con el tiempo, llegaron a fabricarlos ex profeso. Sobre todo, cuando entendieron que los registros gráficos de pretéritas acciones podían adquirir un buen precio de mercado, como “obras” (tardíamente reconocidas). Aquello que podría haber sido recuperado como documento, pasó a adquirir el valor monumental de una obra en forma y pudo ingresar a una colección. Hubo un coleccionista que, al fallecer, dejó varios tipos de “objetos”. Primero, dejó obras. Entre éstas, había que distinguir, “obra sobre papel”, pinturas y algunos objetos. En segundo lugar, dejó su biblioteca. En tercer lugar, sus ediciones, porque fue un editor de libros y de carpetas de grabado. Es decir, dejó un conjunto unitario de producciones de diverso tipo, que hablaban de su mapa mental. La familia se apresuró en deshacerse de la obra porque, de manera legítima, necesitaba hacer caja. La biblioteca fue adquirida sin que se realizara el registro de la posición de los libros, y sin inventariar carpetas de grabado incorporadas en el corpus de la biblioteca, tomando en cuenta la “buena vecindad” bibliográfica. Se supo que fueron extraídas del corpus y pasaron a fungir como “obra” aparte. Ya eso solo hubiese generado un debate sobre cómo preservar la biblioteca de un sujeto, para quien, los libros, su ordenamiento, su puesta en estante, por decirlo de algún modo, era un diagrama de conocimiento por si mismo.  No fue posible saber qué fue de las ediciones de grabado. Quizás no fueran muchas. Pero un editor de grabado, por ejemplo, a falta de dejar “documentos privados”, en sus proyectos editoriales dejaba inscrita una cierta subjetividad de época. Todo eso está perdido. Ahora, es todo un trabajo definir “qué se guarda”. Hay artistas cuyos cercanos han constituido “fondos de obra”. Pero eso es, casi, instaurar un “origen” a la medida. Preparar el mercado que vendrá. Pero no habrá, necesariamente, “documentos privados” destinados a recibir inscripción en el seno de una obra pública. ¿Qué es un “documento privado”? Algunos hablarán de “privado expandido”. Eso, en el caso, por ejemplo, de artistas reconocidos como grandes escritores de cartas. El epistolario, ya es un yacimiento complejo. Habrá que distinguir documentos privados, de aquellos otros, que contribuyen al conocimiento de la producción de obra. No es un asunto simple. Hay artistas  (muy) contemporáneos, que escriben sus memorias, pero lo hacen en un “estilo convencional” (ojalá), que no se condice con la radicalidad de sus obras plásticas. Otros, en vez de cuadernos de apuntes, dejan centenares de correos electrónicos, relativos, por lo general, a sus relaciones con curadores y “marchantes”. Todo eso, es preciso rescatarlo de las memorias profundas de sus discos duros, cuando tuvieron el cuidado de hacer respaldos. Quizás haya que guardar, también, las cuentas de lavandería. 


Comentarios

  1. Seco. Guardar y revisar las cuentas de lavandería, los tachos de asura además. Es que para una central de inteligencia que se precie de tal, eso lugares de lavado y tintorería de telas, lugares reservorios para manchas y fluídos varios, funcionan como excelentes bancos de datos, los que más tarde permitirán reconstruir, golpe a golpe y verso a verso, la visión vital de quien los utiizó. SECO.

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