MUNDOS




La novela de Roberto Merino, “Mundos habitados” es un homenaje a Francesca Lombardo. Este nombre designa al único personaje enunciado de manera directa que reúne la utilidad de una interlocución que confirma el método de construcción del libro. Ella le dijo en el Tavelli que lo que él hacía en sus textos sobre Santiago, era tejer: unir cosas que en realidad aparecían como retazos dispersos. La tela (el tejido) evoca el trabajo del texto, e incluso, el propio trabajo del pensamiento. Un libro se entiende como “obra”, al punto que toda ruptura en el encadenamiento de las ideas es descrita como una “pérdida del hilo”. Esta proximidad de la tela y de la escritura no se comprende sino por el lugar que ocupa la piel como un modelo común en la colusión de ambos mundos. Esta es la importancia del recuerdo inductor que retiene el nombre de la Barraca Ambos Mundos, como significante habitacional de la novela, ya que señala la existencia de una caída, de una degradación, de la que el relato no es más que una corporalización del paso descendente desde el Mundo Supra-lunar  que representa la Hacienda (modelo social perdido) al Mundo Sub-lunar (modelo urbano de aterrizaje forzado en un barrio viejo sin nombre cerca del centro). El derrumbe de la lengua universal, que tiene como referencia emblemática “La vida nueva” de Dante,  se verifica en la lengua singular, criolla, de “La nueva vida” de Camilo Sesto, en un paso abrupto desde la declamación latina (oralidad) que declina en exaltación radiofónica (registro vocal melódico), llegando a la letanía inscriptiva de radio Cronos. La novela es el relato de observaciones de acontecimientos intrascendentes que, considerados en la totalidad del sistema terminan convirtiéndose en biografemas. Estos se encadenan en secuencias   de náufragos que se sumergen y reaparecen como epifanías flotantes según la tolerancia del salvavidas. La novela está determinada sincrónicamente por la física aristotélica, mientras que la diacronía obedece a las leyes de una dialéctica materialista fallida, en que el plano de la casa define el carácter codificado de la memoria, para revertirlo en historia del espacio. En este sentido, Roberto Merino es un topógrafo que dibuja la delimitación de los paños del relato. La geografía pide prestada a la industria textil una palabra para tipificar la distribución de la propiedad.  Desde las alturas se identifica la precisión de los mapas mediante paños, cortes, reacomodos, potenciando la fuerza del parche. La casa es una manufactura del imaginario a nivel de superficie, generando las nociones de “fondo de patio” y “cuarto del fondo”, a distancia apreciable de la cocina y de los dormitorios. ¡Qué decir de la fachada!, que cubre la aceptabilidad del living-comedor, para encubrir la existencia del “cuarto de trastos” donde se exhiben las máscaras cadavéricas de un pasado familiar que se hace presente como reverso de fachada. La habitabilidad de la casa queda a merced del tráfico vestimentario que pasa de primos mayores a primos menores, reproduciendo la primera cualidad del pensamiento para contener la piel psíquica sobre la que se hilvana la filiación, a fuerza de coser parches-recuerdos. Al igual que nuestro cuerpo, las viviendas que habitamos están adornadas con revestimientos y accesorios cuya elección jamás es puramente utilitaria. La ropa juega un rol clave, después de la casa. La novela pone en movimiento una pulsión sutil de subversión, ya que está constantemente haciendo el relato de un traspaso de un límite; la casa, el barrio, la ciudad. La casa hace balance con aquello que la arruina desde su interior; el barrio es por si mismo una frontera amplia que conecta barrios que si tienen nombres; la ciudad es siempre de tono menor, ya sea en medio de una ruta (El Monte), ya sea al borde del mar (Isla Negra), donde el padre ha comprado un paño de terreno para poder edificar, con sus propias manos, una morada impropia. La titulación de los capítulos fija la historicidad del descenso de la casa y del reacomodo de la ropa heredada, de un modo análogo al sincopado registro del tiempo radial cronologizado para satisfacer una solicitud de continuidad, en que Roberto Merino ignora si es la parte real o ficticia de su relación con ambos mundos.   


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