MATRICES
Hace años leí un ensayo sobre el dibujo en Chile y el autor se quejaba a todo lo largo del libro de cómo la enseñanza europea había impuesto su canon en la organización de la enseñanza del dibujo durante el siglo XIX. Luego, cayó en mis manos un estudio sobre la historia de los primeros fotógrafos que trabajaron en Chile. Pude constatar cómo las autoras del estudio lamentaban que estos operadores de aparatos hubiesen impuesto su mirada en el imaginario nacional. En la historia de la fobia a la corporalidad en la pintura chilena se puede observar que a la pintura se le reprocha, justamente, haberse subordinado a una matriz extranjera. Luego, las historias oficiales se afanan en señalar la dependencia de los artistas respecto de los referentes extranjeros, siendo la principal fuente de descalificación, como replicantes. El sentimiento que se ha instalado es el de una culpa, no por practicar una réplica mermada, sino por el hecho de replicar, pura y simplemente. Hay un malestar profundo que no deja de perturbar los modos de existencia de las transferencias. En una postura anacrónica que se hace cada vez más popular en los funcionarios de cultura, una curadora llega a sostener, igualmente en tono de queja fundamental, que Pedro Lira haya pintado un cuadro como “Fundación de Santiago” haciendo manifiesta su concepción colonial de la historia. Sin dejar de mencionar el lugar que en la composición ocupan los yanaconas que acompañan a los fundadores. El pintor representa la insoportable levedad de la clase política y civil, cuya única densidad se verifica en el secuestro de la soberanía popular, desde los comienzos de la república. Desde ahí, solo habríamos asistido a una historia de degradación de la matriz. Los monumentos erigidos en las plazas mayores solo expondrían los emblemas de un dominio que debiera ser conjurado. La historia del arte chileno se ha convertido en un gran complejo de prácticas diferenciadas, que gozan ejercitándose como declinaciones de una penitencia, que adquiere la forma de un lavado de imagen porque se considera que su filiación está, no solo manchada, sino averiada. La exposición “Matrices” de Mariana Tocornal en “Montecarmelo” enfrenta con audacia el sentimiento de culpa que caracteriza la sobre expuesta sensibilidad del fundamentalismo historiográfico, al realizar un montaje con “matrices encontradas”. Es decir, que habían sido abandonadas por el final de giro de un taller de reproducciones de imágenes religiosas que había funcionado durante casi un siglo, surtiendo de objeto decorativos a recintos de culto y a parques y jardines. Lo cual hace pensar en una cierta degradación de estos recintos, como un indicio inquietante de cambios sociales que desde mediados del siglo XX afectan la sentimentalidad chilena. Mariana Tocornal se enfrentó a restos fragmentarios de moldes y molduras que yacían en un galpón, sin que sus propietarios decidieran qué hacer. Lo que hizo fue rescatarlos y atribuirles un valor introduciéndolos en el circuito de arte contemporáneo. Todo esto se juega en la realización de gestos institucionales que fijan la presencia de objetos que sobreviven a una catástrofe. El montaje en “Montecarmelo” es muy simple: por una parte, copias en porcelana de las imágenes fragmentadas obtenidas del uso de las astillas de moldes, dispuestas en el muro como las partes de un cuerpo despostado, y por otra, los moldes propiamente tales, colgados como una res en el matadero, cuelgan de una altura considerable, manifestando la magnitud visual de un peso muerto. Sobre la superficie, impresos de formas; en el espacio, la dimensión de la gravedad. El peso muerto es de referencia patrimonializante, mientras los estampados en porcelana delatan una acumulación de contra formas que se autorizan mediante el parecido parcial de fragmentos insuficientes para reconstruir una imagen completa. Elogio de la incompletud, debiera llamarse esta obra. Pienso en la forma en que están dispuestos los fragmentos de piezas griegas y romanas que Rodin coleccionaba y que son exhibidas en el Musée de la rue de Varenne. Mariana Tocornal convierte sus hallazgos en sus propias ruinas grecolatinas, justamente, para fabricarse un origen a la medida y perturbar la recuperación patrimonial del procedimiento de moldaje. Vestigios de un derrumbe técnico-estético, algunos rostros se parecen a máscaras mortuorias; un fragmento de pie emerge del borde de un drapeado, un fragmento de torso re/traza la huella de una ausencia, para autorizar el estampado de estas formas como matrices terminales de una semejanza irrecuperable. Es paradojal que Mariana Tocornal exhiba “Matrices” en una capilla desafectada, a pocas cuadras de tres templos que han sido severamente afectados, en tributo al estallido de la Mater et Magistra.
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