PENSAR

 
La pintura piensa. ¿Cuántas veces he recurrido a esta frase? Debo reducir su uso y controlar sus efectos. He contribuido a la banalización del término. Y sin embargo, prometía. Todo comenzaba en la homofonía de dos palabras francesas: “penser”(pensar) y “panser” (curar). Sin embargo, todo eso proviene de Rene Passeron, cuando escribe: la peinture pense, mais comme pansement. El pensamiento cura, como parche curita.  Lo cual, supone una herida, a nivel de una laceración leve, pero suficientemente visible. Como una ropEl parche señala la zona que debe ser reconocida como aquella que debe recibir el apósito desinfectante, que habilita la aplicación del bálsamo que la cicatriza. Sobre una tela, se llama a ese incidente, remiendo.  La costura que asegura la fijación del parche (menor) sobre una sábana (mayor), refuerza la delimitación del parche como zona de excepción. Cuando lo excepcional se vuelve cotidiano, estamos en revolución. La nueva academia plástica chilena acarrea la repetición terminal de un gesto que ha dejado de pensar. No asegurando la estabilidad del parche, el pensamiento deja de ejercer funciones de re/composición y ya no es posible rentabilizar las metáforas antiguas y tan eficaces con que los agentes analizaban los tejidos sociales desde los traumas tecnológicos de la reproducción. La idea de comparar la superficie social con un tejido ya tuvo su momento crítico, que fue cuando los artistas no leyeron la pregunta que Marx se había formulado. ¿Qué es lo que hace que las clases, para poder cumplir la misión que su tiempo les tiene reservada, deban tomar prestadas las vestiduras de otra época? El parche pasó a ser, entonces, el grado cero de la vestimentariedad. ¿Con qué ropa, la pintura podría pensar? ¿Le vamos a cuestionar esta condición de ser? En 1985 escribí sobre Couve. Algunos próceres de la plaza encontraron inconcebible escribir sobre Couve. Tanto esfuerzo en desmontar el mecanismo de la representación, para que viniera un desconocido que terminaba, metáfora mediante, prestándole ropa. Venía de leer el reciente libro publicado por Didi-Huberman, cuyo título era “La pintura encarnada”. Desde entonces comencé a señalar como exigencia bibliográfica la pequeña novela de Balzac, “La obra maestra desconocida”, para gran pesar de los estudiantes que se quejaban de no poder leer literatura “más” contemporánea. De todos modos, no leían. Lo que importaba, pedagógicamente, era hacerles leer una novela donde la pintura devenía dispositivo de ascenso de carrera. Lo cual desplazaba el interés hacia una sociología de la recepción que no proporcionaba utilidad alguna, en una época en que no existían los fondos concursables. La encarnación en pintura no estaba a la orden del día, cuando Frenhofer aparece para inscribir la figura del propio Couve en la escena, como baluarte del manchismo de derecha. Nadie en su sano juicio iba a citar a Balzac como autor, cuando la orden del día era resumir los manuales de semiótica.  Sin embargo, la fobia hacia la representación de la carne se hacía sentir como política coreográfica, implicando su triunfo mediante el gesto fotográfico. Sin embargo, el manchismo de izquierda sostuvo el cuerpo en escena, sirviendo de pizarra para el dibujo con tiza de las hilachas que hacían falta, para relatar su destino en los mares, en los lagos, en los ríos. Sobre esa superficie de fango seco pudo reproducir el indicio de unas prendas; restos arruinados de un tipo de investidura por ausencia. Resultaba difícil hablar de la piel porque se había vuelto irrepresentable. Habría que decirlo así: el cuerpo social había sido desollado. No había pintura que pudiese curar. La dimensión de la herida alcanzaba la totalidad del cuerpo. No había parche posible. Algunas obras corporales de los años ochenta simularon la frase “el parche-ante-la-herida”. La piel, como primera línea de defensa del yo, había sido calcinada. Vino, entonces, la época eficaz de los chamanes que sanan por la palabra. Cuando en la política falla el programa, la poesía sostiene la ilusión perdida. Por eso, el grabado hizo posible regresar a los gestos gráficos de los primeros cristianos, perseguidos por los romanos de turno. Había que pensar sobre otras bases. La doctrina del apósito absorbente convIrtió la plástica chilena en un dispensario. En cambio, hizo del grabado su escribanía. 

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