MONTAÑA
La obra de Virginia Vizcaíno hace evidente la eficacia analítica dela geografía cultural, entendida como el estudio del sentido global y unitario que una sociedad otorga a su relación con el espacio y la naturaleza; relación que expresa la existencia de un paisaje concreto. En este caso, he puesto la atención en “el fondo de quebrada”. Virginia, con gran perspicacia, me advierte: “no es solo eso”. Y me obliga a poner atención en la “media montaña” y en “la cuestión cordillerana”. Gran orientación. Más bien, una gran pista susurrada con habilidad y precisión. Es así como se entiende el carácter tecnológicamente enciclopédico del grabado de Virginia, por un lado, y la atención que ha puesto en la ruralidad del interior. Todo es atributo de su práctica del paisaje. Ya veremos de qué modo. Adelanto la hipótesis: hay paisaje no solo cuando se borra la frontera de lo perceptivo y de lo afectivo, sino también cuando hay abolición del corte entre lo tangible y lo espiritual; es decir, cuando lo espiritual se desprende de lo físico. Lo propio del paisaje es que nos eleva hacia lo espiritual, pero en la naturaleza, en el seno del mundo y de su percepción. Es así como lo explica François Jullien, filósofo francés, que ha escrito un importante libro sobre el paisaje, basado en la experiencia de su conocimiento de la cultura china. He hablado de los fondos de quebrada en Virginia, porque la ciénaga, en su fisicidad, se exhala, decanta una sombra hasta des/opacizarse y volverse evasiva, como el aura. Sin embargo, todo comienza en la montaña. En lo alto. El paisaje se despliega entre la montaña y las aguas. Para que hubiera fondo de fango, en las quebradas, ha sido necesario partir desde arriba, donde esta la inmovilidad. El agua no tiene forma, hasta que se estanca y convierte en lodo pútrido. La montaña se hace ver, mientras el agua se hace escuchar. El paisaje se instala en la interacción de la montaña y del agua, y no tiene nada que ver con el “ser”, sino con el “entre”, que es la dimensión en que tiene lugar una intensificación del “tener”. Así avanzamos hacia una noción de “entre-tener” (mantener) un mundo no subordinado a la vista, sino experimentado como “mundo-a-vivir”. Eso es lo que se verifica en las imágenes de la publicación que Virginia realiza con grabados de(l) interior de la región de Valparaíso. Solo el grabado se ocupa de esta tarea, de reproducir el “entre-tanto”, que tiene lugar entre la montaña y el agua. Recuerdo una reunión a la que asistió Luciano San Martín, cuando fue Seremi de Cultura, en que le cupo visitar una comunidad agrícola que reproducía la existencia de un antiguo asentamiento de la Reforma Agraria. Impresionado, me hablaba de un enclave de sobrevivencia, que no tenía como ser inscrito en el nuevo “medioambiente”. Los grabados de Virginia me hicieron recordar el relato de Luciano, porque era un tipo de relato que se situaba “entre” la política y la antropología. Sus grabados ponen en la escena la memoria de la anterioridad arcaica del territorio, que es convertido en paisaje por el grabado. De ahí que, en estos términos, se pueda hablar de una “antropología política”, porque la articulación tecnológica (xilografía, metal, lito) produce una imagen de intensificación extraña, de donde se podrá sugerir la existencia de un “espíritu del paisaje”, producto de la transición de lo físico a lo espiritual; pero estoy hablando de lo físico de la tinta y de la puesta en condición de la gestualidad de base que hace posible la marca sobre la superficie de una ruralidad intermedial, que retarda el flujo de las aguas y acelera el ritmo de las danzas a Nuestra Señora, en las fiestas de Petorca y Cabildo. Es ahí que se hace ver el verdadero fantasma de la sequía; en la economía impresa de la poesía como un embalse simbólico.
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