DEBER

Escribo sobre una pintura improbable. Me han hecho recordar la dignidad de la ceniza, del carbón de espino mezclado con grasa animal, envuelto en un pedazo de cuero poroso, amarrado a un trozo de rama. Entonces, así, sobre el muro de piedra, dibujaba “algo así” como un bisonte. Diré, un guanaco. Quedemos en eso. La primera función de esas figuras no es restituir la realidad. ¡Que tonto! ¿No? Eso lo sabemos todos, pero todos hacemos como si así fuera. Luego, oxido ferroso para rellenar, como un brigadista, que reproducía la teoría del partido leninista: hay quienes ponen la línea, hay quienes rellenan. Y con eso dieron la vuelta al mundo. Cuando Balmes pinta “No” lo hace contra el brigadismo figurativo. Por eso insiste en solo pintar las letras N y O. Todos quieren pensar que pinta contra los golpistas, cuando podría pensarse que pinta -además- contra los que ponen la línea para que otros pongan el cuerpo. ¿Todos? Bueno; es decir, aquellos que todavía viven de eso. Se ha instalado una cierta idea que nuestro problemas son más valiosos que los problemas de otros y que merecemos compensaciones suplementarias. Sin embargo, no tenemos nada especial, en pintura. Más bien, nuestra gran inversión simbólica es no tener nada de especial, para poder pasar “piola”, sin que nadie nos exija nada, en pintura. Por eso pensamos que el manchismo depresivo es lo que conviene a nuestra condición de postrados, a la espera de ser resucitados.  Ninguna euforia ha sido rentable, para mitigar el resentimiento. Durante la dictadura, un sociólogo eminente escribia que la persecución nos había enseñado a valorar “la vida hacia adentro”, después de años de “vida hacia afuera” (en la calle). De eso no hay pintura. No hubo  marca significativa de la intensidad de la Historia, más allá del proyecto decorativo de la UNCTAD. No era más que eso. Un “pituto” de alhajamiento. Las instalaciones de hoy están atravesadas por ese síndrome, que las convierte en “animitas” ineficaces. La pintura no alcanza a ser reconocida  como pensamiento crítico. Ya pasó la vieja. Después de tanto esfuerzo, no fue suficiente; mezquindad discipular mediante.  ¿Qué se puede hacer? Trabajar la materia de un espacio  arruinado por la institución de la enseñanza y del formulario. Eso quiere decir, necesariamente,  enfrentar el  discurso de la Ilusión como desecho de la crisis del movimiento popular que impone la “ley del simulacro”. Entonces, se podría pensar  la pintura  como puesta en escena de una decepción anticipada comparable a la presciencia de la muerte. La crueldad del mundo siempre lleva la delantera. La pintura chilena debe dejar de ser un sudario; donde no hay más que sometimiento a la seminalidad viril del Verbo. No puede seguir siendo un trapo, ni un trapero. Ni la muestra indicial de unos restos portados como reliquias. Para lo cual, se debe regresar de la metáfora por exceso, para acceder a la sabiduría de las materias, de los utensilios y de los pigmentos. Esta vendría a ser la nueva pintura-de-historia. ¡Pero si eso estaba implícito en la hipótesis de Lyotard acerca de la pintura como dispositivo libidinal! Era un debate de 1981. Lo cual obligaba a poner atención en lo que ya había formulado el grupo “soporte-superficie”, estableciendo la diferencia irreductible entre sentido y expresión, para hacer de la materia una “manifestación de la idea”.  Será preciso reconocer esta materia en su espesor geológico, en el seno de una lucha en que ésta “absorbe” la imagen, haciéndola naufragar.  ¿Qué es eso? Por su contrario: es el reverso del soplo. La absorción reclama la semejanza por contacto, pero al mismo tiempo acomoda la superficie para “autoralizar” la  coagulación de un  momento singular de la existencia. Las condiciones del debate de 1981 se han diluido. No hay debate. Me refiero a la noción de “polémica de obra”, con la que he operado. He escrito sobre eso. Quizás,  haya dejado de haber obra, pictórica. Entonces, quedan solo figuras sin materia. 


Comentarios

  1. La variable del palo untado (UNCTADO tb.) con grasa y óxido de fierrro, respecto del falo untado, untuoso y de los trapos regleros mencionados en otros textos anteriores, es tremendamente bella. En esa belleza, acaso, en la sabiduría del óxido y de la venda de cuero, estaría la posibilidad crítica, sobre todo porque saca lo crítico de la crítica. Del criticar.

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