APAREJAR
Había escrito deber, para que se pudiera asociar a la frase “con su deber, no más, cumple”, en pintura. ¿Cuál es este deber? Trabajar la materia de un espacio arruinado por la institución de la enseñanza y del formulario. Ya no, creación, sino trabajo. La materia es la “materia prima”. Los artistas de hoy, jóvenes, deben leer el manual de conceptos elementales del materialismo histórico de Harnecker, para acomodar (ópticamente) el léxico. Así experimentarán el goce de acariciar un emblema editorial que los conecta con el allendismo de origen. Es decir, comenzamos con la ruina política. Es decir, la ruinificación de una política, re/editada para re/forzar la circulación del mito. Lo que no saben los artistas es que los nuevos agentes no creen en el mito que hacen escurrir. Basta con que admitan su eficacia. En pintura, la noción de materia puede proporcionar al mito una imagen de deseo reparatorio, porque ya llevamos cuatro décadas en las que la sociedad chilena se asemeja a un monumental dispensario. La pintura ha faltado, sin embargo, a su compromiso balsámico. Entonces, la tarea de hoy consiste en pasar la pomada, como transformación de la materia primera. Lo que vale es el acto de “pasarla”. De ahí que la pintura pueda tener una gran función en el período que ya ha sido inaugurado. Pasar la pomada supone la existencia de una herida. Los historiadores como fabricantes de mitos han establecido que la “historia de Chile” ha sido la historia de un secuestro que se ha materializado desde la primera constitución de la república. Lo que ha sido secuestrado es la soberanía del sujeto sub-alternizado. Bien: ahí está herida. Una herida soberana. Una herida que reclama una acción balsámica de envergadura. De manera que tendremos que poner atención en el bálsamo. Al menos, dejamos el sudario depresivo fuera de concurso, porque la función-trapera de la pintura ha sido sustituida por una nueva función, relativa a las artes del calafateo. Lo cual cae muy bien, ya que será fácil remitirla a la práctica de la carpintería de borde costero propia de la tecnología chilota. De este modo, el bálsamo funerario que sella en el interior de la caja toráxica una vez vaciada de las vísceras se muta en un trabajo de estopa y alquitrán. Podríamos hablar, entonces, de calafatear una pintura. De este modo dejamos, por fin la función-sudario y nos vamos por las actividades de puesta en condición de un artefacto flotante. En francés, se dice “apareiller”; es decir, aparejar, preparar un navío para el zarpe. Debiéramos poder aparejar una pintura y dejarla de concebir como una balsa. De este modo, el tórax embetunado y la estructura de un lanchón se asemejan a una iglesia chilota invertida, convertida en un establo. Y en museo. El punto es ese: aparejar la pintura es concebirla como aparato de traslado y no como papeles doblados y metidos en un sobre, para sobre metaforizar el simulacro del correo fiscal. Aparejar, nos pone en el universo de Jean-Louis Déotte, que destinó un libro entero a producir la lectura de los objetos técnicos. El navío de la pintura nos autoriza a desembarcar en el malecón de la fotomecánica, para introducir de contrabando la estopa y el alquitrán. La pintura vendría a ser un “objeto técnico” arcaico destinado a impedir la putrefacción, por un lado, y a cerrar las fisuras en la cala de la imagen, por otro. Desde entonces, el alquitrán será una materia sutil para los artistas conscientes de la erótica disponibilidad del petróleo primordial. Pero ello supondría someterse a la voluntad académica de los geólogos que leen las edades de la tierra. La pintura consigna las anotaciones de dicha lectura, escurriendo el bálsamo sobre el espacio intercostal. Es el lugar en que la punta de la lanza del guardia romano es incrustada, provocando una apertura con los bordes extremadamente definidos. Cristo le solicitó a Tomás que acercara su mano y le hizo introducir su dedo en la hendidura, para que diera fe por el tacto. Ver para creer. El dedo recorre los bordes de la herida, por dentro. Ha puesto el dedo en la llaga, que se lamenta, como una babeante boca afectada, cuyos labios palpan la irregularidad de la fisura. Cubrir. Ese es el trabajo de primeros auxilios. Calafatear. Preparar la flotabilidad cósmica del tórax como estructura de un templo invertido. Pasar la pomada. Encubrir. Absorber una imagen. Dejarla exangüe. Administrar la sequía del Verbo.
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